Lo dijo hace muchos años, mi amigo Vicente, una ley de vida de esas que uno sigue a rajatabla porque parecen escritas en piedra: "Nunca entres en un restaurante vacío". Una de las grandes verdades de la existencia, ya les digo. En cine hay otra: no te esperes gran cosa de una película que tenga muchos guionistas, o que en la producción haya cambiado dos o tres veces de director.
Es el caso de X Men III: La decisión final, que tras el abandono de Bryan Singer para ir a cambiarle el uniforme al chico de Kripton, ha experimentado el inevitable paso por varias manos hasta llegar a las de Brett Ratner, de quien ya vimos el remake de Dragón Rojo hace unos años. Los fans, a lo que he podido espiar por aquí por la red, han puesto en su mayoría el grito en el cielo antes esta ¿última? película de la Patrulla X, contrastándola de manera incluso cruel con las otras dos entregas, aunque un intento de ser mínimamente objetivo tendría que ponernos un par de cosas en su sitio. O sea, que ni X-Men ni X2 eran para tanto, ni esta nueva entrega es para tan poco. Los defectos que tiene esta película (que los tiene) y sus virtudes (que las tiene también) son prácticamente los mismos defectos y virtudes de las dos previas entregas, y son defectos que no tienen mucho que ver con la dirección, sino con el dinero invertido (se trata de películas baratas) y con la adaptación del concepto.
Cierto, sí, la versión de los mutantes en el cine no nos hace ruborizarnos. Adapta bien el galimatías en que se han convertido los tebeos, mejora alguna cosita con respecto a estos (la escuela como escuela y no como fachada, aunque en esta película al final uno recuerde un poco a Hoggwarts) y muestra una simpática lectura contemporánea al equiparar mutantez con lacras sociales (la homosexualidad en la hilarante escena de X2 en casa de los padres de Bobby; la idea de que ser mutante no es una enfermedad que necesite cura en ésta). En el debe, las historias siempre se han quedado cortas, los personajes no se han definido más allá del trío Lobezno-Xavier-Magneto, y la estructura narrativa nunca ha ido en crescendo. X2 nunca pudo superar el magnífico inicio con Rondador Nocturno atacando al presidente de los USA, y pese a la traca final de esta película, el momento culminante entre Fénix y Logan queda soso, descafeinado y hasta cursi.
Las tres películas, digámoslo ya, nunca han sido películas de la Patrulla X: no ha habido una labor de equipo, nunca ha habido tiempo de desarrollar los personajes. Han sido películas de Lobezno Y la Patrulla X, y ésta no es menos. Los guionistas jamás han sabido qué hacer con Cíclope o Tormenta, preocupados por darle más cancha al canadiense (hasta el punto de que, en esta película, Lobezno asuma una personalidad pareja a la que tiene Cíclope en los cómics), y rendidos a las dotes interpretativas de Patrick Stewart y, sobre todo, Ian McKellen. A veces el conflicto personal se desvía hacia personajes muy secundarios (Pícara y Iceman, por ejemplo), y como además los malos también requieren su cuota de pantalla (Pyro, Mística), y encima los políticos y los homo sapiens normales también tienen que salir... pues el resultado es que las películas parecen cortas.
En este caso, además, se queda corta en minutos. Dos tramas aparentemente en las antípodas una de la otra, la cura mutante y la resurrección de Fénix, sirven para resolver problemas de castings y quizá descontento de actores. O sea, sí, aquí mueren mutantes importantes, pero como alguno de ellos nunca ha tenido cancha ninguna en las historias, no sólo no se nota, sino que no se siente. Se corrige el espanto del peinado de Halle Berry (pero no se le da al personaje más personalidad), se introducen cientos de mutantes nuevos, solapando a veces algunos personajes distintos de los cómics: tal como se hizo en las entregas anteriores, una película de estas características, cuyo destino es el público general y no el especializado, no tiene tiempo para mostrar toda la riqueza apabullante y desmadrada del subuniverso mutante dentro del megauniverso Marvel, con lo que se juega al reconocimiento: el lector reconocía a Coloso y Kitty, por ejemplo, en la película anterior, y aquí ve de pasada a las trillizas albinas en la Escuela, o a algún morlock en las filas de Magneto. El problema es que la película va tan a piñón fijo (en el sentido de que no sube en crescendo, sino que mantiene, como las anteriores, una misma nota) que no identifica ni siquiera por su nombre a personajes que tienen cierto peso en la trama: Callisto, por ejemplo, o el Angel, o el montón de desharrapados que acompañan a Magneto en los bosques.
Se resuelve más o menos bien la dualidad Jean Grey/Fénix, equiparando a la segunda entidad directamente con la Fénix Oscura, y demostrando una vez más que Famke Janssen ni daba el papel ni se lo cree en ningún momento, limitándose a poner cara de zombi cuando está más o menos normal y a imitar a la niña del Exorcista en los momentos de mucho miedo (en los que el personaje, por cierto, casi parece un dibujo de Barry Smith). Resucitar así a un personaje que, en pantalla, tampoco tuvo mucho carisma en las películas anteriores, para llegar a la conclusión que es obvia desde el principio, tampoco es algo que provoque grandes sorpresas.
Debe ser muy difícil coreografiar eso que en los tebeos es tan sencillo: una batalla de superhombres. En viñetas, los dibujantes pueden hacer lo que quieran, usando tres dimensiones físicas para repartir estopa. Como en las películas anteriores, aquí el enfrentamiento final no puede evitar la horizontalidad, lo cual resta espectacularidad cuando sabemos que la mitad de los mutantes en liza puede volar, o hacer cosas increíbles más allá de cargar al ataque como si fueran... bueno, sí, como si fueran hooligans después de haber perdido un partido de la Champions. Eso sí, Magneto y los responsables de la película se curan en salud equiparando batalla a juego de ajedrez, conque escollo salvado.
La película entretiene, sorprende al eliminar de un plumazo algún personaje importante (pero, ojo, no vemos la muerte del primero, y el segundo sonríe justo antes de hacer pum), tiene un buen montón de efectos de destrozos y alguna imagen de impacto (el puente avanzando por la bahía), juega bien con la histeria anti-mutante y es capaz de equiparar a Magneto con Bin Laden (¡esa cueva desde la que transmite su ultimátum!), apoya la decisión de no someterse a la cura, y aunque insistan en que ésta es la última de todas (más por cansancio de los leading actors y por deseos de Marvel de llevar adelante ella misma las futuras adaptaciones de sus cómics a la pantalla, algo en verdad muy preocupante dada la manera en que llevan sus propios cómics al papel) deja los suficientes interrogantes e historias sin cerrar para dejar claro que la franquicia no corre peligro y que puede continuar perfectamente si no en cine en televisión. Esperemos que entonces los productores y guionistas y directores del momento no se avergüencen de estar haciendo superhéroes y podamos ver no a Lobezno con licra amarilla, pero sí al menos a los supervillanos con un poco más de presencia tebeística: Magneto sigue teniendo más prestancia sin casco y sin capa, y el vestido tardorromántico de Fénix daba algo de grima.
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