La historieta no es sólo un arte secuencial. Es un arte secuencial en horizontal, siguiendo un sentido de lectura ignorado u olvidado desde hace mucho tiempo, sacrificado por la espectacularidad de la viñeta-página, o la doble-página, o la rotura y la superposición de viñetas en aras de la espectacularidad no-narrativa y vacía de contenido.
La primera vez que vi el trabajo de Yaroslav Horak (remontado, recoloreado, ampliado, y borrado por el color gran parte del tramado nervioso de su pincel) me quedé extrañado, descolocado, fuera de sitio. Lo primero que pensé (catorce o quince años) fue que el dibujante era malo como él solo: la edición, ya digo, no le hacía ninguna justicia. A la hora de decidir si seguir la colección de James Bond 007 (que era la que nuestro hombre dibujaba) o la de Modesty Blaise de Jim Holdaway, economía canta, nos decantamos por la bella y fría espía surgida del estercolero. Pero, oh, maravilla, antes las ediciones de cómics eran mucho más grandes que ahora y existían saldos, restos de edición, reencuadernaciones que pudimos adquirir en grandes superficies ya desaparecidas. Fue así como me hice, por poco dinero, con la colección del amigo Bond, James Bond. Y como comprendí que mi primera impresión sobre el trabajo de Horak había sido completamente equivocada.
Porque, verán ustedes, Horak es un grande de la tira. Un monstruo. Interpreta de manera magistral los ya de por sí inteligentísimos guiones de Jim Lawrence, y es capar de llenar de brío y de cliffhangers esa cosa tan difícil (e, insisto, tan ignorada, tan olvidada, tan incomprendida ahora) que es contar de día en día una historia en segmentos de tres viñetas, terminando cada segmento en un cliffhanger que impulse a seguir leyendo. En ese aspecto, Horak y su trazo nervioso comunican perfectamente la tensión de las aventuras del agente secreto británico, y las poses gestuales tanto de Bond como de sus amigos y enemigos comunican siempre ese momento continuado en el tiempo de algo ominoso que está a punto de estallar.
Leer una historieta de Horak, estudiarla (a ser posible sin coloretes, y respetando el sentido de la tira: o sea, sin remontarlas a páginas verticales), es un paseo impagable por el arte de no aburrirse dibujando ni aburrir al lector que te está leyendo. Los personajes de Horak, los planos generales, la coreografía de las peleas, los rostros desencajados de los villanos, los escorzos, los planos-detalle están configurados para crear una armonía de conjunto (una armonía nerviosa, insisto) donde fondo y forma (o sea, argumento y manera de contar ese argumento) se confabulan para contar a la perfección una historia hasta sus últimas consecuencias.
Leer hoy una historieta de Horak y Lawrence es sumergirnos en un mundo donde lo políticamente correcto no existe (no hay más que ver cómo fuma Bond, cómo expulsa el humo, cómo fuman todos y el humo llena el espacio de las viñetas), donde la crueldad de los villanos sólo tiene rival en la fría heroicidad de 007, donde las mujeres son de verdad y evocan una sexualidad ya perdida en la historieta, con sus pechos puntiagudos y sus jerseys tirantes, sus piernas larguísimas y sus bocas de maggiorattas de papel. Siendo destinatarias de periódicos ingleses (o sea, en teoría al alcance de todas las edades de lectores), las aventuras de James Bond son una muestra de cómo puede hacerse un tebeo adulto donde lo que no está contado está sugerido y viceversa.
Lo he dicho siempre: el mejor James Bond no está en las novelas de Ian Fleming, ni en las películas. El mejor James Bond está en los cómics de Lawrence y Horak y no tiene el rostro de Connery, ni de Lazenby, ni de Moore, ni de Dalton, ni de Brosnan. El mejor James Bond tiene una cicatriz en el rostro, dispara con Beretta, tiene el seudónimo de Mark Hazard y fuma, fuma muchísimo y lo dibuja un tal Horak.
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