Les aseguro que me ponen de los nervios. Es más fuerte que yo. Si la vida fuera un juego desquiciado como en los cuentos de ciencia ficción, o mejor aún, si los juegos y concursos de televisión fueran un juego desquiciado como en los cuentos de ciencia ficción, esos donde el espectador puede fácilmente soltarle una descarga eléctrica al concursante por coñazo, pendejo, pedante, antipático, engreído, feo, bocazas, malaidea y lo que ustedes quieran... pues eso, que lo mismo me animaba yo a darle un calambrazo a más de uno y más de una.
Que no hay derecho, oigan. Que se supone que la gente que se presenta a esos concursos, vale, va a ganar pasta (aunque me temo, ya lo hemos dicho por aquí, que en los concursos "cultos" se gana menos pasta que escribiendo en España), pero también a divertirse, y a cultivar cierta imagen moderna, condescendiente, buenhumorada. Ya, ya sé, que vivo en Babia. Pero de vez en cuando, afortunadamente, en esos concursos de sobremesa de la tele donde uno demuestra lo mucho que sabe y lo poco que trinca, hay un alma cándida de ese estilo, que sonríe cuando pierde y apenas levanta la ceja complacida cuando gana, y no le importa arriesgarse el todo por el todo y hasta hace la quijotada de tirar la monedita al aire para ver a cuál de los otros dos concursantes le hace, porque no hay más remedio, la putada en la eliminatoria.
Hay, sin embargo, otros concursantes de colmillo retorcido, de estiramiento facial sin lilfting ni nada, los tahúres de la cosa, esos que van a su bola, que puentean descaradamente al pobre recién llegado si les parece un pardillo y no les dan ni un rebote al que ayer les echó un cable, que se juegan los cuartos teóricos que van sumando no por llegar a la última prueba y demostrar que saben qué demonios es ese fragmentito de cuadro o esas corcheas que suenan durante un segundo y medio, sino para putear al otro y quedarse ellos (y ellas) de reinonas de la cosa. Me diran ustedes, claro, esos son los que ganan. Y a veces es verdad. Y me toca las narices porque hay gente que concursa por el simple afán de concursar y pasar un buen rato, y hay otros que van a la tele a degüello, y ni son capaces de hacerse los simpáticos y sacrificar un día cincuenta euros por quedar como unos señores (o unas señoras): obviamente, no lo son.
Menos mal que a veces al presentador se le notan las antipatías. Eso nos salva.
Lo que les digo: hay concursantes y concursantas que tendrán muchísima cultura, pero en su currículum no entró esa cosa tan bonita del fair play. Suerte tienen que la vida, y los concursetes de la tele, no sean una cosa desquiciada como en un cuento de ciencia ficción y, desde el sofá de casa, quienes los contemplan no les den una descarga eléctrica, a ver si aprenden a ser personas.
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