Es posible que el debate hoy sea ya tan estéril como lo es en Inglaterra o, al revés, en Estados Unidos o Francia. Vivimos en una monarquía parlamentaria y, a efectos generales, poco nos diferencia de otros países cercanos o lejanos que viven en repúblicas democráticas.
Lo he discutido algunas veces con mis chavales, pero no se dejan convencer, demasiado aleccionados en este tiempo de vanas soflamas. La república que hoy habría cumplido setenta y cinco años fracasó, por errores propios y por zancadillas ajenas, pero no es, como alguno de ellos cree, como muchos todavía predican, un sistema político perverso, sino antes al contrario. No nos salió bien dos veces, y posiblemente ni haya ganas ni nos interese intentarlo una tercera. Pero no se debe confundir, como ahora se hace, como algunos quieren, república con guerra civil, ni con desmanes, ni con descontroles. La república fue un ideal de igualdad y de justicia, un intento de poner a España (sí, la república fue española) en eso que luego alguien llamaría la modernidad.
Fracasó, la olvidamos, la mitificamos y la vilipendiamos. No tiene sentido jugar a los what ifs, qué habría pasado si un golpe de estado mal hecho no la hubiera revolcado por el fango, o si el resultado de la guerra hubiera sido otro. La república nos quedó atrás, tardó cuarenta años en volver la monarquía y, esta vez, vino con la democracia a la que ayudaron tantos republicanos que vieron conveniente aparcar la nomenclatura y aprovechar otras cosas más importantes. Y en eso andamos. Es lo que tenemos, que es mucho más que lo que tuvimos entonces y que lo que nos quitaron luego.
La república, y baste mirar a nuestros vecinos y al imperio que nos da sombra, no es mal sistema. A nosotros no nos salió bien, no supimos hacerla bien, no nos dejaron que saliera bien. Pero partió de un sueño que nosotros imitamos luego, de otra forma, y hoy quiero recordar, solamente, a aquellos hombres y mujeres que creyeron en ese sueño de progreso necesario, y que murieron por ese sueño, o sufrieron luego cuando ese sueño se trocó en pesadilla.
(Mi madre tenía dos semanas de vida aquel catorce de abril. Imagino la sonrisa de ese abuelo que nunca conocí, republicano convencido, muerto anciano antes de tiempo, cuando imaginó tal día como hoy que España iba a ser mejor para sus hijos de lo que nunca fuera).
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