Empezaba a sentirme como Hamlet, pero al revés, mismamente. O sea, el comentario aquel, desde la más pura melancolía y el coraje, acto primero, escena segunda: “Los platos calientes del funeral de mi padre sirvieron de entremeses fríos en los esponsales de mi madre”. Es decir, que la pasión de la reina Gertrude empalmó una cosa con la otra, por si no conocen ustedes la obra. Y lo que yo me venía temiendo, visto lo visto y olido lo olido, era que los papelillos, serpentinas, restos de líquidos naturales y otros líquidos destilados (y algunos me cuentan que, amalgamados, han producido más de un lamentable accidente a gente cercana), fueran a acabar por empalmarse también con los pegotones de cera, cáscaras de pipas y avellanas y envoltorios de bocadillos y demás basura que dejamos al paso de los pasos, que también somos de un maleducado que paqué.
Las fiestas dejan las ciudades sucias. Mucho. Y puede que sea algo inevitable, como dicen. Y que sucederá en otras partes, no digo yo que no, aunque con la manía que tenemos los gaditanos de no mirar alrededor y creernos perfectos, no sé qué pensar. Pero lo que no es de recibo es que se deje pasar toda la fiesta grande nuestra y cuando termina, y sólo cuando termina, acudir con la bayeta y el chorro de agua a presión. Los vecinos del casco antiguo están que trinan, hartos de oler a Venecia sin estar hundiéndose y con arcadas post-desayuno en cuantito ponen los pies en la acera. Si se han baldeado las calles durante los días punteros de carnaval, se ha notado poco o nada. Y mucho me temo que se esté aplicando la máxima de Cruz y Raya: “Si hay que limpiar se limpia, pero limpiar pa ná es tontería”. Parece que se economizan los recursos y se espera a que todo acabe para ponerse manos al mocho. Ya que es imposible controlar que la gente haga de su capa un sayo y de cualquier esquina un urinario, lo que no se puede dejar es que todo se acumule hasta que pase el chaparrón (y eso que ha llovido y algo habrá limpiado ese agua doblemente caída del cielo). Como Brigadoon, aquella ciudad de la película que aparecía cada cien años en las tierras altas de Escocia, nuestra ciudad tiene por narices que amanecer limpia y escamondá cada día de carnaval y cada día de fiesta (cada día de diario, en realidad). Para que se ensucie de nuevo si no hay más remedio, pero que luzca y haga honores al apodo que un día tuvo y que ya no se merece. Ya que a nivel cívico no funcionamos, por lo menos invirtamos en detergente y más contratas de limpieza, que es necesario.
Que sí, que faltan urinarios públicos los días de fiestorro. Cientos más. Y en sitios más accesibles donde no haya que ir apartando a niñatos descerebrados con gafas de sol y nulo oído musical. Pero tampoco se puede consentir que muchos bares cuelguen esos días el cartelito de “WC estropeado” (entonces tendrían que cerrar, ¿no?) ni que, a dos semanas de la cabalgata, todavía haya zonas de la avenida regadas de papelillos y los árboles recién podados parezcan sauces llorones con hojas de serpentinas (¿no podrían haberlos podado luego del paso del cortejo y matar dos pájaros de un tiro?). A pesar de la molestia de no poder aparcar, gusto da comprobar que se limpia por fin la avenida de arriba a abajo durante un par de días, una labor que quizá habría que hacer más continua y sistemáticamente.
Si no somos capaces de cuidar lo nuestro, aviados estamos. Es una labor en la que tenemos que involucrarnos todos: si hay una campaña que no puede terminar nunca es la de la limpieza. Basura llama a basura, y es obligación común conservar lo que tenemos y no dejarlo todo hecho unos zorros. Es un mal endémico nuestro, a pesar de que nos ufanemos de ser tacita de plata: han pasado muchos siglos desde que Gades fuera la ciudad más limpia y saludable del imperio romano.
Porque la resaca guarrindongui post-fiesta se repite cada fin de semana en muchos barrios. Y ojito que la voz, como los orines, se corre. Y ya hay concursos de botellones en las ciudades cercanas. Menos en Cádiz, nos dicen. Será que no hace falta intentar batir récords de nada. O, como cantó el Brujo: si estamos ya de fiesta todo el verano.
Como no pongamos remedio entre todos, me temo que Hércules se va a pedir la baja por depresión. Al paso que vamos, el nuevo patrón de Cádiz va ser el niño del Maneken-Pis de Bruselas. Tiempo al tiempo.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 13-3-06)
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