Ya he escrito de ese sitio en otra parte, pero me apetece iniciar, a modo de guía y consejo, un recorrido por aquellos lugares que he frecuentado a lo largo de los años, y es justo empezar por el primero, o al menos el primero que uno recuerda desde la independencia de la adolescencia.
Hubo, claro, otros sitios donde me llevaban mis padres (La Miña Terra, o La Flor de Galicia, o el Achuri, por ejemplo), pero cuando uno tiene dieciséis o diecisiete años y se da cuenta de que no va a tomar perritos calientes de esos compraos hechos en todos los garitos donde para, y va y descubre un sitio como éste, se le abren los ojos como platos y no tiene más remedio que rendirse a la evidencia.
Éramos, ya digo, jóvenes e impetuosos, siempre más comilones que bebelones, y allí apareció aquel sitio, a medio camino de casa de todo el mundo, en la calle Tolosa Latour, un poquito antes de llegar al Instituto Hidrográfico, junto a la parada ya muerta del trolebús de San Severiano. Un bar pequeño, entrelargo, algo feo, como eran antes todos los bares (ahora se les llama, eufemismo idiota, bares de tapas, en contraste con los bares de copas, que no tienen ni la mitad de su arte y de su gracia). Se llamaba "Los Lunares" imagino que porque tenía las paredes alicatadas de azulejos marrones (muy feos, ya digo) con un puntito blanco y gordo en el centro, o sea, un lunar. Los Lunares, de ahí vino el nombre, fijo.
Hay bares que se ponen de moda, y durante mucho tiempo aquel fue el bar de moda. O fue, simplemente, nuestro bar. Cuando íbamos andando a todas partes y dábamos la vuelta a Cádiz cada día, siempre-siempre acabábamos allí, para tomarnos (por veintisiete pesetas, recuerdo el escándalo porque subieron los precios) la consabida tapita de ensaladilla y la cañita de cerveza. Eran las dos especialidades de aquel sitio: la ensaladilla y el flamenquín. Y los domingos, que era cuando llevábamos allí a las novias, a mediodía, su tapita de arroz.
Nos convertimos, cuando aspirábamos a ser jóvenes poetas, en asiduos de aquel sitio. Juanito Mateos, Teye, Manolito Chulián, Vicente Sosa, yo. Nos encontrábamos a gusto, nos gustaba el tapeo, nos trataban con amabilidad (por lo menos los dos camareros, a uno de los cuales veo de vez en cuando, al otro no lo he vuelto a ver). Cuando iniciamos la aventura de "Jaramago", ya digo, y nos dedicábamos a vender revistitas con poemas infames por la calle, siempre, a la vuelta, invertíamos parte de lo recaudado en el consabido tapeo. O sea, sí, nos robábamos a nosotros mismos, pero merecía la pena, qué demonios. Luego, cuando empezamos con aquel grupo de lectores y futuros escritores de ciencia ficción, Parsec, también acabamos muchas tardes en Los Lunares.
Cuando el sitio se ponía de bote en bote (o sea, sábados y domingos), aprendimos un truco infame que nos vino hasta bien (hay que estar espabilao, oigan). Y es que los dos pobres camareros, agobiados por tantísima gente dándose codados y pidiendo bistelitos, flamenquines, un bitter kas (entonces no existía la cerveza sin alcohol, creo), dos cocacolas, una de carne al toro, dos con leche, no daban abasto y descubrimos que, si uno de ellos empezaba a tomarnos la comanda y nos servía, si le pedíamos lo que íbamos improvisando al otro, normalmente se le olvidaba apuntarlo y, cuando pedíamos la cuenta, nos cobraba cada uno lo que nos había puesto nada más, no la suma. Una sinvergonzonería inocente, quiero excusarme.
No sé cuándo no pisamos ya nunca más Los Lunares. Creo que cuando se fue Paco, el camarero que era nuestro amigo. O quizá fuera cuando cambiaron los flamenquines de la carta. De vez en cuando paso todavía por allí, con el coche, y lo miro con nostalgia. Pero no he vuelto a entrar, no sé si sigue el mismo dueño, si las tapas son diferentes (que imagino que sí). Se habla en Cádiz mucho de la ensaladilla de Las Palomas. No hagan caso: la mejor ensaladilla del mundo, los mejores flamenquines (cuya fórmula, ay, se perdió para siempre), los pudimos tomar, entre 1977 y 1981 en el Bar Los Lunares, calle Tolosa Latour, en San Severiano, un poquito antes de llegar al Instituto Hidrográfico.
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