Dolía verlo así, con el síndrome terrible que dicen que afecta a los profesores al cabo del tiempo. Quemado, sí. O sea, sin fuerzas, ni esperanzas. Sombra de lo que fue, fantasma de sí mismo. Mi amigo, mi compañero, mi maestro Paco.
Se nos vino abajo de la noche a la mañana, él que era siempre protestón, pero incansable. Y nos daba algo de rubor preguntar qué le podía estar pasando. Poco a poco, la palabra terrible, depresión. Y aunque aguantó un año al pie del cañón y no pidió la baja hasta el penúltimo día de curso, cuando ya no había alumnos en el cole y sólo nos quedaba papeleo, calor y reuniones, vimos que estaba tocado.
Aguantó otro año más. Pero pronto descubrimos que tenía problemas para conciliar el sueño, y que tenía que dormir sentado en un sofá, no en una cama, porque se agobiaba, se asfixiaba. El tratamiento contra la depresión no le estaba haciendo mucho efecto.
A principos de este curso se dio de baja. Y, lo que son las cosas, mientras paseaba con su mujer por la avenida, se encontró con un amigo (o un antiguo alumno, eso no lo sé), que era médico y le preguntó cómo estaba. Tengo una leve depresión, le dijo Paco. Y el otro, que debe ser un fiera en lo suyo, le dijo que le parecía, por la forma en que hablaba, que tenía un problema cardiorrespiratorio, que fuera a verlo a la consulta el lunes.
Y allí fue, mi amigo Paco. Y nada más ponerle el estetoscopio en el pecho (un fiera, ya digo), el médico le dijo que, en efecto, por la forma en que le latía el corazón aquello era una válvula obstruida. Que fuera a hacerse una placa (que es como llamamos por aquí abajo, no sé ustedes, a las radiografías). La primera radiografía, según la amable enfermera, había salido mal, algo borrosa: iban a repetirla, porque se veía una manchita que podía ser un defecto del material o podía ser otra cosa. Era otra cosa. De vuelta al médico, el mismo día, la noticia no fue esperanzadora: en efecto, una válvula obstruida. Algo que sólo podía tratarse operando.
Y mientras Paco (que siempre ha sido un poco aprensivo, para qué vamos a negarlo) empieza a darle vueltas a la idea de que va a tener que ir preparándose para que lo pongan en lista de espera y lo operen allá sabe Dios cuándo, el médico le dice: Esto sólo se puede tratar operando, pero tú no sales de este hospital.
Ingreso automático. Imagínense el mal trago. Pruebas, pinchazos, goteros. Y una sonda que drene toda la sangre que tiene acumulada en los pulmones y es, a la postre, lo que le impide dormir como duermen las personas normales. Luego, un par de semanas más tarde, la operación, donde no le cambian la válvula, sino que le reparan la que tiene.
Dicen que se podía haber quedado pajarito en cualquier momento, mientras se seguía tratando de una depresión que no existía. Porque no es que se sintiera mal porque tuviera pocos ánimos, sino que tenía pocos ánimos porque se sentía mal. Causa y efecto confundidos, todo al saco de las enfermedades modernas que nadie, más que un fiera en una charla informal en una calle, se había tomado la molestia de comprobar.
Paco ha salido bien de la operación, y ahora se está recuperando. Tiene buen semblante, pero se le ve algo tristón, imagínense ustedes, después del mal trago. El mismo SAS (o sea, la seguridad social andaluza) acaba de remitirle una carta para iniciar los papeleos para darle la baja laboral absoluta, y en eso está. Bien, con esa mirada que se le queda a la gente cuando le ha visto las orejas al lobo y sabe que se ha escapado de pura chiripa, pero jodido en el fondo.
Porque Paco, que fue ayer al cole a despedirse de los chavales y, al menos a mí, me puso un nudo en la garganta, sólo sabe hacer una cosa, y es dar clase de historia. Y como tiene que llevar una vida reposada y una vida descansada (nada de sal, nada de fritos, paseítos de tres horas diarias, esas cosas) ya no va a poder seguir dedicándose a la enseñanza. Y le pesa. Porque dice, entre otras cosas, que no logra recordar cuál fue su última clase, y eso le gustaría, y piensa volver cuando pueda y dar, eso, la última. Paco, que admira el western y a Humphrey Bogart, es, ya lo ven ustedes, un romántico.
Dice que dicen los médicos que es un mal ejemplo. Porque Paco no ha fumado ni ha bebido en su vida, nunca, nada, y acaba el tío con una lesión de corazón de esas que les pasan a la gente que fuma y bebe mucho. Un mal ejemplo, tehquíya. Paco Sánchez, 52 años, que no se resigna pero no tiene más remedio, ayer fue a despedirse de los chavales y hasta les dio, con voz queda (y su vozarrón es proverbial, lo mismo que su entusiasmo a la hora de dar clase de historia), esos consejos que él considera muy importantes y que a los chavales, imagino, les traerá al pairo. "No se tomen ustedes las cosas insignificantes demasiado a pecho".
Ya les digo: Paco Coria no sólo no es un mal ejemplo, sino todo lo contrario. Un amigo, un compañero, un maestro.
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