Creíamos que iba a ser un carnaval más, con penes y sin gloria, y de pronto se nos cuela la lluvia para fastidiar como de costumbre y hacernos temer que a algún listo le de por resucitar aquello de las fiestas típicas en mayo, ahora que se lleva tanto recuperar fantasmas del pasado. Ni polémica por los derechos de emisión (es decir, de la publicidad), ni pelotazo apreciable ni cajonazo polémico, lo más llamativo de este carnaval pasado por agua parecía que iba a ser que la chirigota sevillana de los cegatos pero sin botas lograra meterse en la final y a última hora que al bueno de Manolito Santander lo descalifiquen por pasarse en la penitencia. Algo se muere en el alma cuando hasta hay que potenciar, concursete por delante, las ocurrencias del gallinero. Pero entonces nos atacan por la espalda no una, sino dos borrascas y nos quedamos a verlas venir, hasta que escampe.
Estábamos viendo que iba a ser eso que se dice siempre: un carnaval de transición. Lo malo es que las transiciones deben llevar a alguna parte y aquí seguimos todos sin tener muy claro hacia dónde va el carnaval, y nosotros con la fiesta. Es sintomático que cada vez sean más los coches que salen de Cádiz con destino a poblaciones siberianas durante estos días, indicativo no de que en todas partes cuezan habas y existan sosos, sino de que el carnaval se hace cada vez menos para los gaditanos.
Con lluvia o sin lluvia (¿tiene el sangui el concejal de fiestas?), el primer sábado (¿existe todavía el segundo?) es una asignatura pendiente desde hace más de una década. Ni trasladar a ese día pregón y proclamación de diosa consigue salvarlo de la quema. Tampoco podemos reprochar que un puñado de agrupaciones cante ese día en Sevilla (¿dónde están todas las otras?), ni que haya ido resbalando por la pendiente del descuido incontrolable hasta convertirse en un botellón con disfraces. Repasen ustedes la lista del montón de conocidos y entusiastas de la fiesta que ya no salen el sábado, aunque no llueva, y háganse entonces la pregunta de quiénes son entonces los que esa noche toman las calles. En el fondo, la lluvia, la verdadera aguafiestas de todo esto, viene a demostrar que se confía (¡en febrerillo el loco!) en la benevolencia de los elementos y que al carnaval que se hace en la calle (sean quienes sean los que están en la calle) le falta una pata donde apoyarse: sitios donde pueda celebrarse sin que la gente se moje.
Luego están los niños. Está bien que se potencie la cantera en un concurso paralelo, que se den talleres o clases de compases de tres por cuatro, y que tengamos diosa infantil y hasta pregonero prepúber aunque se queden sin acto porque nadie tiene previsto, como con el concurso de los romanceros, un plan B donde meter a la gente. Pero aparte de las fiestas de disfraces de los colegios y de las academias particulares de inglés, ¿qué hacemos con los niños en carnaval sino ir arrastrándolos de bulla en bulla, agotándolos de tanta caminata porque anda que no cuesta encontrar un autobús el domingo de la cosa, y ruborizándonos cuando la nenita de trenzas doradas pregunta con la ingenuidad típica de su edad de qué va disfrazado este año el Cabra? El carnaval no tiene en cuenta a los niños ni a los padres. Antes, al menos, siempre contábamos con los cacharritos.
La tele, por su parte , sigue sin ser capaz de reflejar con fidelidad lo que de verdad sucede en el Falla durante el concurso, ni siquiera en el directo de la final. La pureza del sonido nunca está a la altura y el regidor bien podría tener ya claro hacia dónde tiene que dirigir la cabeza caliente en la actuación de un cuarteto o la salida ingeniosa de un cuplé. Y todo eso sin mencionar que en los resúmenes cada vez hacen más el ganso los presentadores y se escamotean las actuaciones de las comparsas y las críticas a Chaves o los socialistas.
Los políticos se han acomodado a que el carnaval sea así, una sarna con gusto que poco pica. Los carnavaleros, lo mismo, a ser mosca cojonera pero sin pasarse. El pueblo de Cádiz se contenta con que no diluvie y, si lo hace, con la esperanza de la repesca del carnaval chiquito. O sea, como de costumbre. Anarquía light, controlada y desarmada: es decir, inofensiva y predecible. Menos mal que sabemos que esta noche no decepcionará el pregonero. Chaparrones mediante.
(Publicado en La Voz de Cádiz el 27-2-06)
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