Lo mismo dentro de unos meses acaba por convertirse en otra leyenda urbana, pero les aseguro que hoy por hoy, a dos semanas de su inauguración, lo de la famosa Terminal 4 de Barajas es cierto. No es que sea un caos. Es que, directamente, da miedo.
Enorme, resplandeciente, con techos de catedral de película de ciencia ficción, no parece Barajas y quizá el fallo sea que sigue siéndolo, cuando lo más sensato es que la capital del reino pueda y deba tener, como Londres y otras tantas capitales, más de un aeropuerto y no uno dividido en tres partes donde los aviones aterrizan (o al menos el otro día aterrizaron, por la vieja excusa del viento sur) en un sitio (la zona “clásica”, para entendernos) y luego van despacito opá durante veinte minutos por la pista hasta la zona nueva. Como en ese momento usted ya está satisfecho de haber llegado con el retraso controlado sobre el retraso asumido del retraso previsto, le importa poco: sólo quiere que el avión se pare de una vez en el finger asignado y poder largarse corriendo (cuestión de serios estudios antropológicos para el futuro, oigan, para qué sirven las puertas traseras de los aviones, pero esa es otra historia). Si usted va a la ciudad y se pilla un taxi sólo tendrá que fastidiarse unos minutos con la incompetencia de quienes velan porque no se cuele nadie en la cola del taxi: es decir, que no se cuele usted mismo, porque todos los demás usuarios bien que se cuelan. El problema empieza cuando uno tiene que hacer trasbordo o, a la vuelta, cuando tiene que localizar su vuelo, su puerta de embarque, y el número de su puerta.
Dijeron Los Morancos una frase célebre que llevo siempre a mano: “Eres más inútil que la primera rebaná del pan bimbo”. La hago mía y la amplío: “¿Se puede ser más inútil que los mostradores de información de Iberia?”. Porque de poco sirven, nada solucionan, y tienen unas colas que ni el Medinacelli los viernes. Muchas pantallas en todo el aeropuerto y, claro, tiene que funcionar la ley de Murphy y comprobar uno en carnes que su vuelo, precisamente su vuelo, no aparece en la pantallita de las narices. Algunos en hora y otros retrasados. Pero el suyo (o sea, el jueves pasado, el mío) nada. Montones de mostradores para facturar el equipaje… y todos cerrados, menos dos. Cientos de personas en cola para que, al final, la señorita que atiende (es un decir) y que está comprensiblemente hasta el moño del caos que tiene organizado o que han organizado por ella, te diga que puesto que lleva usted, caballero, billete electrónico, puede hacer el papeleo en la máquina automática, sin saber la pobrecilla que la máquina acabará por dejarla sin trabajo.
Lo malo es que la máquina no te da la puerta exacta de embarque, ni el número de puerta (y mira que es grande el aeropuerto) y tu vuelo sigue sin aparecer en pantalla. Y pasa el tiempo y te vuelves a poner en otra cola y preguntas si es que viene retrasado y te dicen que no, pero que no pueden decirte en qué puerta ni en qué número de puerta llegará y despegará. Y tú intentando hacerle razonar que entre trescientas puertas en sólo tres letras, si no lo anuncian en ningún sitio, y la pantallita en todo caso no da el número de puerta, difícilmente vas a enterarte de dónde demonios está tu avión.
De película. Sólo faltaba por allí Tom Hanks haciendo chapús y alimentándose de los bocatas de plástico que te clavan como si fueran manjares de cocina francesa. Cuando subimos por fin al avión, lo hacemos a la carrera, sin que se haya anunciado por ninguna parte, y sin que la amable señorita que nos corta el billetito tenga seguridad de que ese avión sea el de Jerez (le pregunté, ya puestos, si podía elegir destino y que me pedía Cayo Coco). Me queda la duda de si las sesenta personas que íbamos en el avión éramos todo el pasaje o si alguno estará todavía en la Terminal, de los nervios, esperando que alguien le explique dónde aclararse. No se lo va a aclarar nadie, porque parece que dan muchas clases de maquillaje pero pocas de educación y atención al cliente.
La próxima vez que tenga que ir a Madrid, por mi madre de mi alma, me acerco a la estación y me pillo un AVE. Uy, perdón, que en Cádiz no tenemos AVE, ni tan siquiera AV. No sé en qué estaría yo pensando.
[Publicado en La Voz de Cádiz el 20-2-06)
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