Es como un ascensor, como un yo-yo que lo mismo primero sube que luego baja. El moquillo molesto, la agüilla en la nariz, los estornudos dignos de hipoaullido huracanado, la presión en las sienes y de pronto todo eso que no te deja respirar desaparece y ya no oyes, y por más medicinas que te tomes, que no hay manera, que se te escabulle entre los fármacos como una anguila y de pronto te pilla el pechito, y notas una opresión así en la caja torácica, y a veces el corazón bombea tan fuerte que lo notas allí mismo, en la garganta, y te partes el pecho de pura tos, hasta que los jarabes de nombre impronunciable te cierran todavía más la cosa, que parece que vas a escupirte todo de abajo a arriba, o te devuelven el moquillo a la nariz y te despejan la garganta, para empezar de nuevo otra vez, venga a darte friegas de vicks vaporub, con el asco que daba ya de niño, y cuando ya te has tomado medio kilo de antigripales, zas, te acaban por afectar el estómago.
Un coñazo, vaya. ¿Les he dicho ya que estoy resfriado?
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