Nos está hablando Juanma Santiago en su blog, Pornografía emocional (un indispensable, oigan) de la música como hilo conductor de su propia historia, de los sentimentos que la música provoca, de los recuerdos que potencia, de las amarguras que dulcifica y las consecuciones que rebaja. O sea, de lo que para todo el mundo, más o menos, es la música.
La música, a mí, lo he dicho ya otras veces, nunca ha sido eso que para todo los demás ha sido. Y me pesa, no crean, sólo que a ratos. Me gusta escuchar música, canto siempre, a todas horas, mi hija parece haber heredado un curioso don mutante que la lleva a sacar inmediatamente con la flauta con la que da el coñazo las notas de cualquier canción que escuche dos veces... pero no, la música no es para mí esa cadena al pasado y a mí mismo. Pese a los muchos discos que tengo y pese a que, en efecto, hay canciones y sonidos que te llevan aunque tú no quieras a otros tiempos.
Mis momentos los marco con viñetas. El niño que yo fui no entendía de cantantes (bueno, sí, pero no le importaban demasiado: no empecé a apreciar a los Beatles hasta que cumplí los treinta años), y el adulto que ahora soy se retrotrae a esos tiempos repasando no películas, ni series de televisión, ni libros antiguos, sino tebeos.
Mi vida han sido los tebeos: aquellos cuadernillos de Roberto Alcázar y Pedrín que, por una peseta, me compraba mi padre. Aquellos otros cuadernillos que me gustaban todavía más, de El Jabato (recuerdo perfectamente el día en que mi padre se equivocó y me compró dos ejemplares del mismo, y mi cabreo supino, que acabó en cabreo supino de mi padre), y El Capitán Trueno y la aventura contra el conde Ja-Ja y las moscas que le volaban por encima de la cabeza. Las excursiones aventureras en busca de qué tebeos podrían asomar en los sobres-sorpresa (hasta que descubrí que siempre me tocaba el tebeo del Capitán Trueno y el conde Ja-Ja y las moscas que le volaban por encima de la cabeza). Los tebeos perdidos de mis tíos en casa de mi abuela: Can-Can, Tío Vivo, los tebeos de niñas con las fotos del Dúo Dinámico y Marisol, la familia Telerín, los álbumes de la editorial Fher de Bonanza (donde la familia Cartwright era la familia García), los álbumes de Viaje al Fondo del Mar (donde el submarino Seaview se llamaba, claro, Vista del Mar).
Las mañanas de domingo, en busca del Trueno Extra, y el placer de leer las historias de El Príncipe Errante que allí venían. Todavía recuerdo bares y montaditos, cocacolas y bistelitos a la plancha porque tenía aquellos tebeos en la mesa. Y me acuerdo del día en que salió el último cuadernillo apaisado de El Capitán Trueno, o al menos el día en que lo leí yo, un domingo por la tarde, mientras esperábamos para ir al cine a ver La Biblia de John Houston.
Luego, el Trueno Color, y poco después el Jabato Color. Y rondando esa época, no quiero ahora comprobar fechas, el tebeo de tebeos: Bravo, que nos presentó la escudería Pilote y me hizo anclarme para los restos a Fort Navajo (que después sería Blueberry), y a Michel Tanguy, y Aquiles Talón (¡hop!), y a los Comandos de África y Chico Monza y Topolino el último héroe y Galax el cosmonauta. Siempre me llena de tristeza recordar que Bravo duró poquísimo, y que luego se remodeló en Gran Pulgarcito (donde ya Astérix era dueño supremo, acompañado de unos Mortadelo y Filemón que nunca me han dicho gran cosa), y todavía más tarde en Mortadelo, donde era El Corsario de Hierro el que se llevaba el gato al agua.
Y los viejos tebeos de Gaceta Junior y sus héroes francobelgas, y Tintín, y Dani Futuro, y la familia Franval (acompañados al tragadiscos donde una rubia que no recuerdo cantaba "Sugar, ah-ah honey honey), y los Pitufos y Benito Sansón y Bill y Bolita y Jano y Pirluit, o sea, Strong. Y las visitas a la biblioteca pública donde tenían los álbumes de Lucky Luke.
Y los tebeos Vértice antes de que en Vértice desembarcara Marvel: Zarpa de Acero, Mytex el poderoso, Spider, Kelly Ojo Mágico. Y, claro, sí, el gran aluvión del tebeo de superhéroes en España, con aquellas portadas de Enrich y luego de López Espí, y traducción de F. Sesén y Tunet Vila: las novelitas Marvel a las que nunca pudieron hacer sombra los tebeos importados de México, editorial Novaro: Tarzán, Hopalong Cassidy, la Liga de la Justicia, Red Ryder, los Hermanos de la Lanza, Tomahawk, Supermán, Batman, Flash, Kamandi. Y los tebeos argentinos de Columba (El Tony, Fantasía, Intervalo, Dartagnan) y sus grandísimos personajes (Diego, Nippur, Jackaroe, Dennis Martin). Y los tebeos que el régimen agonizante nos quiso vender, sin saber que nos vendía otra cosa, con la revista Trinca.
Y el descubrimiento de los clásicos gracias a Buru Lan: Flash Gordon, El Hombre Enmascarado, Príncipe Valiente, Ben Bolt, Rip Kirby, Johnny Hazard. Y bucear gracias a ello en la memoria de una generación ligeramente anterior a la mía y repescar (en la librería de viejo de la calle Barrié, hoy desaparecida) la colección Héroes Modernos de Editorial Dólar.
Uno lleva en la memoria las caminatas, en las frías tardes de los lunes de enero de 1978, desde mi casa hasta la estación, sólo porque allí llegaban dos semanas antes que a los kioscos los tebeos Bruguera de La Guerra de las Galaxias. Y siente todavía el mismo estupor al recordar que sintió estupor cuando vio, en el puesto de pipas de Loli, un sitio donde jamás había tebeos, el gigantesco álbum donde Spider-Man y Supermán cruzaban historias.
El descubrimiento de El Cachorro y el reencuentro con El Inspector Dan en aquella otra serie que se llamó también Bravo. Saber que había una prensa especializada: Bang!. El primer tebeo porno: Lucífera. La llegada de la democracia y la aparición de Trocha y Tótem y los demás títulos de Nueva Frontera: las horas esperando que llegara el cartero a ver si había noticias de un nuevo Sunday, las cartas airadas de muchos folios de protesta a Ediciones Vértice porque pasaban meses enteros sin que apareciera un puñetero tebeo en los kioscos. La competencia de las publicaciones de Toutain, llena por igual de historietas infumables, historietas geniales y mucha mala baba. La desaparición de Vértice. La llegada de Surco y luego Forum. La llegada de Zinco y la recuperación de los fumetti italianos y la línea DC. Los pedidos a la librería Telio de material clásico en italiano (el Tarzán de Foster y Hogarth), y luego el descubrimiento de los comic-books americanos (en un viaje a Italia, en una tiendecita de Malgrat de Mar), y la locura de empezar a pedirlos directamente por correo a Mile High Comics, cuando era una odisea ir a bancos y hacer transferencias y los paquetes tardaban ocho semanas en cruzar el Atlántico. Y el temor reverente la primera vez que descubrimos una librería especializada y la búsqueda de Forbidden Planet nada más poner los pies en Oxford Street, al fondo, a la derecha.
Uno recuerda, ya digo, instantes enteros, el sitio donde compró tal tebeo, a qué olía, si estaba lloviendo (siempre recordará Carlos Pacheco aquella enorme mojada, en 1986, cuando vino a verme a casa). Los primeros intentos de profesionalización, tanto en la crítica como en la creación. Los primeros salones del cómics, por aquí cerquita o en Madrid o Barcelona. El problema de espacio que los tebeos siempre traen, y el continuo tira y afloja de ir comprando más tebeos a costa de vender otros en los baratillos de la plaza cada sábado.
Mi memoria no es sonora, sino visual, táctil, hasta olfativa. Sé que muchos de aquellos tebeos no eran buenos, pero yo sí lo era. Y me ayudaron a ser lo que hoy soy, o sea, un señor madurito y ni siquiera interesante que los tuvo durante buena parte de su vida como seña de identidad, como patria y bandera.
Comentarios (18)
Categorías: Historieta Comic Tebeo Novela grafica