Reconozco, antes que nada, que a mí los deportes no me ponen nada. Vamos, que he sido siempre de los de libro y tebeo y televisión y cine, y luego de cervecita y tapita y su Jameson con mucho hielo y las horas charlando con los amigos. O sea, que no tengo derecho a meterme en lo que no me llaman, que admito que cada cual interprete la peli de su propia vida como le salga de ahí de la parte de pensar o de pensar poquito, y que el seguimiento en plan superfans de señores cachudos que en el fondo no son más que eso, señores cachudos que si estuvieran quitándonos el sitio en el hiper serían unos bandarras, como que lo comprendo poco.
Lo dicho: que cada cual se aliñe como quiera la ensalada. Y si quiere pasarse tropecientas horas al día levantando piedros, corriendo como un loco él solito, haciendo la cucaracha o viviendo a base de zumitos y guisantes, ole sus cojones, si encima vive y cobra más de lo que yo puedo imaginar (y, en palabras inmortales de cierto pirata coreliano, yo puedo imaginar bastante).
Pero cónchiles, que me cae como tres patadas eso del Dondesea-Dakar. Que me supera. Que no lo entiendo. Que no sé de qué va ni para qué sirve ni qué se consigue ni donde quieren ir a parar (bueno, sí, a Dakar). Que no me entra en las entendederas que un continente que estamos literalmente dejando que se muera de hambre y asco se convierta de pronto en pista de scalextric para un puñado de aventureros que hacen ruido, pasan follaos, se pierden, a veces atropellan a pobres camelleros o niñitos que se acercan a ver qué sucede, y de vez en cuando (como hace unas horas, como pasa siempre, incluso al listo que se le ocurrió la idea) hasta se matan intentando arañar unos segundos a un reloj que al resto del mundo, me parece, les importa lo que a ellos la miseria y la tristeza que no se entretienen en ver en los niños que los miran a su paso.
Que no lo entiendo, de verdad. Un despilfarro más de nuestra sociedad de tarados. Y a mí me duele que por su acción maten sin querer, y por su inacción también maten. Y que se mueran ellos, joder, por jugar donde no deben, como si fuera tan importante como seguir viviendo.
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