Qué gusto da leer tebeos cuando los tebeos te entretienen. Cuando son parte de una cadena de montaje, sí, pero están hechos con cariño y con respeto al lector. Cuando te cuentan historias y te las cuentan bien, y son capaces de tenerte pegado a la lectura hasta las tantas de la noche, empalmando (con perdón) una aventura con otra, y disfrutando de lo que pasa en las viñetas, y hasta entendiendo la narración (que se hace de izquierda a derecha y de arriba a abajo y normalmente aprovechando la horizontalidad de la composición) sin que muchas veces sea necesario leer los textos, porque todo se cuenta con una claridad meridiana, imágenes puras que se encadenan y manchas de negro que rellenan y dan volumen, sin necesidad de recurrir a colores infográficos que las más de las veces hacen que parezca que los personajes tienen cara de goma.
Es el caso, lo hemos dicho por aquí antes, de Dylan Dog, el investigador de las pesadillas de la escudería Bonelli que está publicando en España otra vez, desde hace casi un año, la editorial Aleta. Por si ustedes, acostumbrados a los colorines y el formato comic-book y los continuará y esas cosas (o al minimalismo y las cuatro rayas y a los textos monosilábicos, que también hay tebeos de esa índole) no se han sentido atraídos por este tebeo (ya saben, formato novelita, en blanco y negro, con baile continuo de dibujantes que a veces no son muy allá y de guionistas desconocidos que no tienen detrás sagas galácticas ni contratos cinematográficos) ya me están dejando de leer este artículo, compren un tebeo de la serie (el de la ilustración mismo, ése vale), se lo leen y luego vuelven.
¿Ya? ¿Les ha gustado la historia? ¿Sí? ¿No? Fíjense que ya es raro, en el mundo de hoy, encontrar alguien que haga tebeos como se hacen las películas o los telefilmes: con una trama que avanza y se bifurca, con un uso perfecto de los silencios, con una cámara que se mueve y no necesita partir la página con experimentos y con personajes que no están agarrotados ni hacen contorsiones mientras se piden una tacita de té. Sí, estamos de acuerdo, los dibujantes a lo mejor no pueden compararse con la pericia de muchos otros, pero adviertan cómo están al servicio de la historia, cómo alternan los planos, como sitúan los ambientes, cómo no se inventan de unos a otros las caras de Dylan Dog, de Groucho o del inspector. Fíjense ustedes cómo Dylan es capaz de meternos en el bolsillo con su actitud medio chulesca medio inocente, sin estridencias neocón ni patrioterismos baratos, y sobre todo cómo la historia puede leerse de un tirón (o de dos tirones) sin que uno necesite saber mucho más del personaje y de su entorno, porque todo queda explicado (o no necesita que se explique) y las historias son autoconclusivas casi todas las veces (aunque existe, sí, una levísima continuidad).
Además, hay referentes cinematográficos y literarios. Además, hay acción, gotitas gore, terror y poesía. Además, el número de páginas permite contar muchas cosas, muchas acciones, dividir la trama, engañar al lector cada cuando el guionista quiere.
Lo he dicho siempre: hay historias de Dylan Dog que no me gustan. Pero me doy cuenta de que no me han gustado en la última página, en la última viñeta.
Yo que ustedes le daba una oportunidad aquí al amigo investigador de las pesadillas, ese que se parece tanto a Rupert Everett. Y ya de paso, a Martin Mystere o al recién comenzado Dampyr. Los tebeos de Bonelli, un enorme éxito continuo en Italia, merecen ser conocidos y reconocidos. Y también imitados, claro, aquí en España.
Comentarios (28)
Categorías: Historieta Comic Tebeo Novela grafica