¿Saben ustedes quiénes tienen la culpa de todas las cosas que van mal en los universos creativos de los comics, vulgo superuniversos?
Exactamente, los supervillanos. Ellos. Sí. Epa ya.
¿Qué diferencia a Astérix, Tintín, El Capitán Trueno, Flash Gordon, Calvin y Hobbes (y pongan ustedes todos los ejemplos que les de la gana, que yo me canso) de Spider-Man, Superman, Batman, los X-Men, la JLA, los 4F (y sigan poniendo ejemplos, anda)? ¿Lo saben ustedes, ein?
La continuidad. Ustedes pueden leer, casi sin necesitar información previa, cualquier tebeo de los citados en el primer caso (y de los no citados o citados-por-ustedes), mientras que la cosa se pone pelín más chungaleta cuando se trata de los segundos. Porque los primeros no necesitan una evolución gradual en el tiempo (si es que eso existe), es decir, no necesitan un pasado que asumir. Los segundos, sí. Más o menos.
Los tebeos DC de los años cincuenta, sesenta y casi setenta no tuvieron este problema. Cada historia era independiente y todas las barbaridades que les pasaban a los héroes, casi todas ellas la mar de surrealistas, desaparecían para siempre jamás del recuerdo en cuanto se terminaba el tebeo. El mes siguiente a Supermán le saldría cabeza de león, o se enrolaría con una tribu india, o se casaría con la prima de Lois Lane, y olvidaría que ese mes, o en meses anteriores, se le había puesto la cara de colores, Lois Lane se había casado con un gorila o Jimmy Olsen se había convertido en un gigante que se la tenía jurada. Si no se lo creen, pinchen aquí y háganse unas risas, porfa.
Pero de pronto se inventa o recupera el concepto de novela-río (que no saga, si nos atenemos al significado exacto de la palabra), y cuando entran en escena los héroes Marvel sabemos un mes lo que les ha pasado el mes pasado o el anterior. Y la presentación continua de personajes, héroes y villanos, y el compartir una misma ciudad (o, exagerando, un mismo universo) hace que los lectores pidan más, que se crucen los personajes, que recuerden cómo vencieron o perdieron (eso de que perdieran tuvo mucho éxito, era muy novedoso al principio). Y Stan Lee y Jack Kirby y Steve Ditko y todos los demás se lo pasaron de muerte con el juguete.
Hasta que la imaginación, zas, no dio para más. Y como los lectores escribían (de verdad, no como ahora) diciendo que les molaba tal o cual supervillano y querían que regresara de la tumba (al principio, los muy inconscientes, parecía que se morían y todo), allá que tito Stan y tito Jack y tito Steve los complacían, y se sacaban de la manga que el costalazo que se dio el Doctor Muerte al caer del avión no fue tal, pues llevaba un paracaídas entre la capa y la lata de sardinas del uniforme, y así con todos los personajes y todos los supervillanos.
Y ahí es donde, claro, con el paso de las décadas, la cosa falla. Porque para contar una historia guai donde tal supervillano aparece y le quiere dar la del pulpo al superhéroe, quedarse con la chica y ser dueño del mundo (o destruirlo, que hasta para eso son tontos), hay que tener en cuenta que ya lo ha intentado dos mil trescientas cuatro veces, que ha fracasado dos mil novecientas noventa y siete de esas veces, y que cualquier intento de hacer algo que no esté trillado es di-fi-ci-lí-simo, oigan. Como los lectores de ahora son jovencitos e impresionables, a veces el cuento cuela. Como hay viejos coñazos que tienen memoria y se acuerdan de todo, a veces cuela menos. Y cuando hay editores (aquí y allende los mares) que se dedican a recuperar el fondo editorial para que los lectores de antaño desfoguen y los lectores de hogaño se hagan unas risas (más o menos como los públicos de hoy cuando ven el King Kong de 1933, para entendernos), pues entre unos y otros acabamos por no creernos nada de lo que se hace: los creadores, por falta de convicción; los lectores, por exceso de colección.
Y en esas andamos. Como los supervillanos (y también los hijos de los superhéroes, pero los hijos de los superhéroes casi no cuentan, porque desaparecen) son el reloj que marca las horas del ayer, obligan a esa cosa que era maravillosa en tiempos y que hoy es una trampa creativa, la continuidad, por lo que hoy cuesta mucho trabajo contar historias nuevas, y parece que todavía más trabajo cuesta crear supervillanos nuevos (fíjense ustedes el pobre Spider-Man, que de todos los villanos propios que tenía lleva la tira de tiempo que parece que sólo existe el Duende Verde).
Moraleja: si vas a hacer tebeos, mata a los villanos y presenta cada mes un villano nuevo, o ponle una cabeza de colores cada tres números, casa a a la novia eterna del personaje con un gorila y haz que su pupilo-mejor-amigo se convierta en un bicho alienígena que le robe los poderes.
O haz historias que sean contenidas en sí mismas y no necesiten un máster en espelología aplicada para ser entendidas.
Recuerden, El Capitán Trueno se tiró tela de años desfaciendo entuertos por esos mundos de Dios. Y sólo una vez, una sola, repitió villano. ¿Recuerdan ustedes quién era?
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