Mira que llevábamos tiempo queriéndolo hacer, lo menos seis años, pero entre una cosa y otra, que si se me olvida, que si no puedo, lo habíamos dejado correr. Hasta esta mañana. Por fin.
Ya les he hablado alguna que otra vez de Alfonsito y José Luis, o sea, los (ex)Puntos Suspensivos, mis niños del teatro que, por mi culpa a lo mejor (o a lo peor) han encaminado su vida a esa locura maravillosa de actuar y vivir, me temo que mal, de lo que actúan. Es gratificante saber que ni ellos me han olvidado ni yo puedo olvidarlos, y siempre que tienen algún bolo, o ganan algún premio, allá que me lo cuentan y yo que me pongo todavía más gordo. Y la invitación continua de, cuando yo quiera, pasarse por mi clase y entretener a mis niños de ahora.
Y hoy, ya les digo, por fin, después de seis cursos seis de impartir Literatura Universal y de prometer a las diversas promociones que un día les iba a traer a un actor-narrador-cuentacuentos-juglar-mimo (o lo que sea) para que vieran cómo se hace hoy la literatura oral (vamos a empezar en cuanto empiece el año la Edad Media), hoy por fin José Luis ha venido a clase y nos ha entretenido una hora larga que se nos ha hecho cortísima con dos cuentos y un monólogo.
Y allí estaba yo, en primera fila, y el cura Luis, que también los quiere un mazo, tan embobaos como los otros sesenta chavales que teníamos detrás, dos clases amontonadas en una clase, y José Luis allí, sin cortarse un pelo porque ahora va calvo, contándonos historias surrealistas de un calvo que quiso conseguir la luna para su amada y un exorcista de pueblo y su propia experiencia de guardador de papelitos en los bolsillos. Una delicia. Retruécanos, absurdos, observación de lo cotidiano y, en el fondo, como les he dicho a los míos de ahora y le he reconocido al propio José Luis, expresar con palabras (él, que era y es un mimo genial) esa misma visión del mundo y la sátira que hacía con el cuerpo y sin palabras. Aunque ahora habla, se atropella, mete morcillas y no deja que el personal, como los papelitos, se le escape del bolsillo, conserva, a sus treinta y pico años, esa capacidad del gesto y la mímica, y estoy seguro de que mis niños de hoy han visto, como yo, a ese calvo subiendo la escalera hasta la luna, al pueblo entero dando vueltas como un tíovivo y al exorcista sin vocación avanzando entre la tormenta.
Hemos quedado, ya digo, encantados de la experiencia, y ahora sé que es forzoso que la tengamos que repetir. Pronto. Y si es reuniendo de nuevo a aquellos dos locos Puntos Suspensivos, miel sobre hojuelas.
Por si son ustedes de Cadi-Cadi, José Luis y el resto de aquellos locos maravillosos cuentan cuentos los jueves por la noche en la sala Pay-Pay. Tienen un rato de diversión asegurada. Y ya saben que la risa, en los tiempos que corren, es disfrute de dioses.
Gracias, José Luis. De corazón. En tu bolsillo.
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