Lo decíamos así, mugiendo, y poniendo mucho énfasis en el acto, como si de verdad uno estuviera acostumbrado a hacerlo. El primer taco (la primera "picardía", como se dice en Cádiz) que aprendimos a decir cuando decir tacos estaba mucho peor visto que ahora y significaba quizá mucho más de lo que queríamos que significara. Me cago en tus muertos, ahí queda eso, con la boca llena y el gesto ladeado de desprecio.
Ayer, al recordar entre risas la expresión, me llené un tanto de horror. Porque la cosa no está, o no estaba, en acosar al contrario y desarmarlo (mira que hay tacos ingeniosos, como aquel de "ajolá te toque una primitiva y al cobrarla te se caiga la tapa del pecho"), sino que iba acompañada, me doy cuenta ahora, de todo un ritual, una tradición de profanadores de tumbas incluso. Imaginen ustedes a un mocoso de equis pocos años llevando a la práctica la situación. De Buscón Don Pablos o de Mateo Alemán como poco, oigan. Me cago en tus muertos, y uno imagina a la perfección la tumba, el mausoleo, los cipreses, la luna medio oculta y el preadolescente cagón con los menudillos al aire expresando su desprecio como si fuera aquel dragón de la historieta de Ivá y Carlos Giménez.
Luego, sí, está el eufemismo. Me cago en tus muelas. Me cago en tus castas. Tus castas castas toas, que decimos también por aquí abajo. Me cago en la mar. Me cachis en los moros y, precursor en esto de la alianza de civilizaciones, me cachis en los mengues.
Pero de todos los improperios, aparte de mentarle a uno la madre (que también tiene, por cierto, su matiz positivo, y aquí te dicen "¡el hijo puta!" cuando te sale algo bien o tienes chamba o te envidian directamente), me sigue pareciendo, no sé a ustedes, que ese primer taco infantil encierra horrores primigenios, cultura del desprecio, todo lo negro más negro de la Contrarreforma y el estraperlo.
Me cago en tus muertos. Tan fuerte, tan fuerte, que ya solo decimos tus muertos. O tus mueltos. O tus muertos tós. O cagontó, cuando uno no tiene bastante y va de bareta reprimido.
Eso sí, siempre con la expresión ladeada de desprecio, siempre con la mirada torcida, siempre mugiendo.
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