¿Saben ustedes lo que son los abarrotes? Vayan corriendo a la página de la RAE y compruébenlo. O mejor, déjenlo, ya se lo explico yo. Les juro por mis niños que en mi puñetera vida había visto la palabra, y resulta que es un americanismo que se refiere a artículos para el abasto. O sea, prácticamente a cualquier cosa que uno compra.
Ayer, en medio de la operación de acoso y derribo a las tarjetas de crédito con la excusa de lo navideño, hasta nos dio tiempo de hacer una compra rapidita (una compra fácil, como les llaman ellos), que es una de esas cosas cómodas que se inventan en las grandes superficies de vez en cuando: tú llegas con tu carrito, le dices a la amable señorita que te lo lleven a casa, y sin sacar ni un artículo ni meterlo en bolsas, ala, a esperar a que te lo entreguen a domicilio esa tarde o al día siguiente. Y tú puedes irte al cine, a tomar marisco o a seguir curioseando por las tiendas más pijas, que son las que están fuera.
Esta mañana nos llegó la compra. Lo esperado, sólo que antes todo venía en hermosas cajas de cartón y ahora, por abaratar costes, te lo traen en bolsas de plástico, que desordenan un poco más el pequeño recibidor de casa. Y empezamos, a la una de mediodía, la tarea de ir colocando las cosas en su sitio. Mi mujer, de entrada, se extraña de que hay pocas cosas (el gastoso que se dedica a ir picando de un pasillo a otro, estirando los brazos como Otto Octavius, soy yo). Le respondo que tampoco compramos tantas cosas. Y entonces me doy cuenta de que me faltan, ay, los spaghetti de importación (extralargos y de muchos colores), y las obleas para los tacos, y los batidos de chocolate.
Empezamos a repasar la lista y vemos que faltan unos quince productos. Llamada inmediata al centro expendedor, oiga, que nos faltan una jartá de cosas. Nos dicen que nos lo solucionan en breve. Y mientras esperamos, repasamos artículo por artículo y lista por lista lo que hemos comprado. Las cervezas, bien. El paté de atún, bien. Los yogures, bien. Los abarrotes...
Un momento. Un momento. ¿Qué demonios son los abarrotes? ¿Y por qué hay seis artículos marcados como abarrotes? ¿Y por qué dos de ellos cuestan, gasp, cinco con noventa y nueve euros?
Otra vez a repasar la lista y lo comprado. El queso gorgonzola, bien. El vino blanco, bien. ¿Tú recuerdas si has comprado más tonterías de la cuenta? Le tengo que jurar a mi santa que no, y que desde luego en ningún sitio había abarrotes de oferta.
A la hora o así, vuelve el pedido y nos trae las tres bolsas que faltaban, con los espaghetti de colores, los batidos, los cruasanes... Pero no los abarrotes. Después de mucho cavilar, y como es imposible que sepamos qué demonios son los abarrotes, nos plantamos en el centro comercial, donde una amable señorita de mirada profunda y sonrisa encantadora se parte de risa cuando, con acento mexicano, le digo que quisiera saber qué abarrotes he comprado, nomás, por aquello de solucinar la curiosidad, íjole.
Y ella tiene la deferencia de ir marcando código por código y, sí, solucionarlos la papeleta. De los seis abarrotes localizados, tres son los spaghetti de colores, uno es sopa de sobre de esas que mis niños toman de vez en cuando (yo soy mafaldesco en eso, oigan), y los otros dos son bomboncitos rellenos de Jack Daniels y licor de batida de coco que compré para la cena de navidad con los amigos. Perfecto. Todo encaja entonces. Pero, cachilimóchiles, es que otros bombones sí vienen indicados como bombones, y otras sopas sí vienen indicadas como sopas, y otras pastas sí vienen indicadas como pastas, no como abarrotes.
Qué nivel, el de los programadores de las cuentas. Uno va a comprar los mandaos y resulta que acaba aprendiendo idiomas.
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