El tono adulto le viene bien a los tebeos de superhéroes, lo hemos dicho otras veces, aquí y por allá. Adulto, entiéndanme ustedes, de reflexión sobre la realidad y las acciones de cada cual, no de enseñar teta y potorro y glorificar fascismos, violencias y lenguajes molones. Adultos de tomarse en serio a sí mismos y ofrecer una historia en la que se cree con la convicción y la fuerza (moral) suficiente para que los lectores se la crean también. Y la disfruten, que en esto de los tebeos no sólo no es moco de pavo, sino la madre del cordero.
Se decía hace tiempo (creo que lo dijo Neal Adams), que la diferencia entre el Universo Marvel y el Universo DC era que, en el Universo Marvel, podías creer claramente que los personajes iban al cuarto de baño, mientras que los del Universo DC, si lo hacían, era para cagar caramelos. Si alguna vez fue así (y al contrario que el amigo Alvaro Pons, siempre he odiado cordialmente los tebeos DC pre-Crisis por aquellas horripilantes traducciones de Novaro que hacían que los personajes, además, exhalaran caramelos en cada línea de díalogo, epa, sí), ya no lo es. Quizá desde hace mucho tiempo, pero sobre todo en esta reflexión sobre lo superheroico que es Identity Crisis se consigue no sólo que los personajes parezcan reales (es decir, que vayan al cuarto de baño como usted y como yo), sino que sigan pareciendo míticos y bigger than life, iconos, héroes, dioses.
El argumento de Brad Meltzer (entre otras cosas, novelista de género negro) es simple: un whodunit clásico, quién es el asesino capaz de no respetar la vida privada de los superhéroes (como pudo hacer, no sé, en el Universo Marvel el Duende Verde con Gwen Stacy, pongamos por caso) y, de ahí, saltamos a una verdadera crisis de pánico entre el mundo superheroico, donde todos se saben de pronto expuestos a que se repita en ellos y sus seres queridos un nuevo asesinato. Prácticamente todos los personajes del Universo DC, héroes y villanos, tienen relación tangencial con la historia, en tanto que a unos y a otros les atañe. Y, mientras los siete números de la serie nos van llevando o despitando hacia el asesino y sus motivos, lo que se nos está contando es otra cosa mucho más seria y más profunda, una reflexión sobre las acciones de los superhéroes (llamados aquí, en inglés, "capes") con respecto a sí mismos y a su mundo. No es casual que los supervillanos, a quienes vemos también en su tiempo libre, maten las horas de no hacer nada jugando al Risk.
Es un tebeo inteligente que funciona como una bomba de relojería y tiene, claro, en Watchmen, un inevitable precedente. Hay diversos momentos puntuales donde se homenajea o se repiten situaciones de la inolvidable serie de Moore y Gibbons: las fotografías, la escena de la violación, la soledad de los villanos, el terrible destino que, lo descubrimos ahora, son capaces de dictar los superhéroes. Pero mientras Watchmen era un universo cerrado donde todo vale, el gran acierto de esta serie es que se desarrolla en un universo abierto que tendrá que continuarse todavía mes a mes en las respectivas colecciones de los personajes. Y ahí es donde triunfa claramente Meltzer, al ser capaz de presentar a los mismos héroes de siempre y, a la vez, mostrar relevos generacionales, cambios de status quo, desentrañar relaciones ocultas y, una vez más, cubrirlo todo de una pátina de realidad donde se exploran los huecos de ese mundo como no se exploran en los tebeos normales.
Y todo sin engañar al lector, que es lo principal. Entregado a la historia pese a sus limitaciones como artista, Rags Morales (que no es un dibujante "hot", entendámonos), sigue fielmente el guión de Meltzer (se nota la diferencia, y cómo, entre un full script y los simples plots con los que se trabaja en el estilo Marvel), añadiendo detalles que lo mejoran sustancialmente y, les decía, sin engañar ni sacarse conclusiones ni finales de la manga. Todo está en las viñetas (como lo estaba, recuerden, en el momento del entierro en el número dos de Watchmen): los números que no casan, las fotos que se rompen, los asesinatos en off, la manera de engrandecer a personajes que apenas son retratados (el interrogatorio de Wonder Woman y su lazo, por ejemplo), cómo sabiamente Batman no se muestra en la gran página doble del funeral.
Los distintos puntos de vista de la narración nos recuerdan que, en efecto, la primera persona encaja bien en los tebeos de superhéroes, y aquí la visión de Green Arrow, que es quien lleva buena parte de la historia, se contrapone bellamente con la de Flash. Los diálogos son certeros, jugosos, huyen de lo minimalista tan en boga en otros autores. No se trata de epatar, sino de contar (y contar muy bien) una historia interesante.
Y es de agradecer que en tantísimas páginas de narración, con personajes todopoderosos que saltan, brincan, vuelan, lanzan rayos y flechas o se teleportan, todavía se pueda contar como aquí se cuenta la batalla entre Deathstroke y siete u ocho superhéroes: una pelea sucia y sangrienta, pero perfectamente coreografiada, limpia en su narración, perfectamente medida en sus resultados. Una pelea que se entiende sin leer los textos (¿cuánto tiempo hace que no encuentro eso en un tebeo?) pero que se enriquece con ellos.
Lo dicho. El tono adulto le sienta bien a los superhéroes. Cuando se sabe dónde está lo adulto. Habrá que seguir con atención los trabajos de Brad Meltzer.
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