Me sorprende, oigan. Me deja fuera de mí, viviendo sin vivir yo mismo. Uno viene aquí, les cuenta sus penas, sus alegrías, sus reflexiones de andar por casa, sus gustos y aficiones, lo que sea. Y ustedes me comentan, me responden, cuentan también sus penas, sus alegrías, sus reflexiones de andar por casa, sus gustos y aficiones. Y así nos tiramos un par de días o, a veces, un par de semanas. Y cuando el post se muere pasamos a otra cosa mariposa.
O eso pensaba yo. Si en el comienzo aquel magistral de la serie Lou Grant se veía qué pasaba con el periódico de un día para otro después del curro que se pegaban los chicos de la redacción (recuerden ustedes, acababan como escudilla de usar y tirar para la jaula del jilguero), ahora va a resultar que esto de los blogs vence una vez más a los periódicos impresos porque hay vida después de los posts, y lo que uno escribe y los demás comentan queda ahí, en el ámbar de los bits, esperando que meses o incluso años después alguien llegue, lo lea, y comente.
Llegan esos comentarios ya caducados, posiblemente sin que nadie se de cuenta, porque el hilo de la bitácora va por otros tapices ya. Y sin embargo hay gente que entra aquí (como imagino que entra en otros blogs) y deja su granito de arena, su opinión, su despiste, muchísimas veces, su pamplina. Llegan con retraso y dicen hola, o escriben como si esto fuera un móvil con letras comidas y trabucando muchas eses por ces y muchas bes por uves, confundiendo tiempos verbales y preguntando cosas peregrinas, como si de verdad aquí los que leen y escriben esto fuéramos, no sé, actores de cine independiente indio, o especialistas en novela gótica, o tuviéramos el teléfono y la dirección o todas las series más peregrinas para enviarlas por ¿correo normal? ¿por mail electrónico? a direcciones que ni siquiera se incluyen.
Una cosa, esto de que de pronto te recuerden, como de ultratumba, aunque a veces parece que es de ultramar, el comentario que hicimos sobre materias peregrinas.
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Categorías: Reflexiones