Hace mucho tiempo, en una galaxia lejana, muy lejana, cuando yo no era más que un anteproyecto del yo que seré algún día si no me pierdo en los vericuetos del camino, escribí una novela que se llamó Lágrimas de luz. Una novela de ciencia ficción pero que, en realidad, no es una novela de ciencia ficción, sino una novela que se desarrolla en un ambiente de ciencia ficción donde se juntan pasado y futuro, mis preocupaciones, mis neuras, mis aspiraciones, la visión del mundo que tenía aquel chaval de veintidós años que iba camino de convertirse en el yo que estoy siendo.
Escribí la novela el año 81. Se publicó en el 84. Pasó sin pena ni gloria. Se reeditó en el 87. Se volvió a reeditar en el 2002. Y se tradujo al polaco, como ustedes saben y está contado por aquí.
Dicen que la novela esa que escribió aquel chaval que pretendía comerse el mundo (y que no sabía que el mundo tiene la polla más larga y los dientes más afilados) es hoy un clásico, aunque me temo que sigue estando metida dentro del ghetto. Ni raspa ni pescado, para entendernos. Demasiada ciencia ficción para lo que se estila en otros pagos. Demasiada literatura para un género que ha despreciado olímpicamente hasta hace muy poco (¿hasta este libro?) que las historias hay que contarlas, además, de buena manera.
Me pilla ya muy lejos ese libro: creo que en el fondo me he librado ya de él, aunque me cuelgue el sambenito de ser mi primera novela y todo eso que se dice, que si patatín y patatán, que es lo mejor que se ha escrito jamás de los jamases en el género y el idioma. Sea cierto o no, y como mi cuenta corriente no mejora ni aparezco en la lista de autores más vendidos y mejor valorados de las cosas estas de la literatura "profesional", ya les digo que me pilla muy lejos este libro, como si lo hubiera escrito otra persona (un inciso para recalcarles que no, que lo escribí el yo que iba a ser el yo que seré, pero que hay otros libros --el último que escribí este verano, ya recuerdan--, que releo ahora y me sorprende, porque no recuerdo ni reconozco haberlo escrito yo; posesión literaria, si queremos llamarlo así, ya hablaremos de ese otro libro cuando se publique algún día, si se publica alguna vez).
Por eso, porque hace veintipico años que escribí Lágrimas (y tardé otros cinco en escribir mi segunda novela, La leyenda del Navegante, soon coming back, como dicen en los previews del cine) todavía me sorprende que me escriban, me comenten, me recuerden por éste mi primer libro, éste el primer libro que escribió un señor que comparte mi apellido y mi código genético y ya no soy yo más que en recuerdos.
Lo dicho. Pinchando aquí, y después de esta autocrítica, la penútima crítica que me hacen. Como nota curiosa, nunca he visto Barry Lyndon.
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