Es que no se enteran. Que no me entero, vaya. Qué maniáticos. Qué manía. Compra uno cualquier producto de esos que te hacen la vida más cómoda porque vienen ya precocinados, o congelados, o metidos en plastiquitos de colorines de esos muy monos, y va tu santa y te pide, un poner, que le leas cómo hay que prepararlo, si al baño maría, o en microondas, en cocción a fuego lento o con descongelamiento previo.
Y uno hace así como trae pacá en plan Clark Gable, porque ella dice que no puede leer la letra chica, y descubre todavía con la ceja en alto, por mil millones de mofetas, maldición, que también tiene que alejarse la lata, el envoltorio, el sobrecito, y ponerlo a la luz, y girarlo así para un lado, asá para el otro, y por mera deducción, porque uno es listo, descubre que para prepararlo en microondas bastan tres minutos a plena potencia, diez en cocción a fuego lento, veinte en horno convencional precalentado a doscientos cincuenta grados. Más o menos, que lo mismo luego todo sabe a peuvecé porque no entiende tampoco qué pone en la letra pequeña.
Una cosa es que pongan en tamaño ininteligible los componentes del producto, para que no nos de grima comerlo, o que los cifren como si fuera un mensaje de espías, Acidulante 3X2HPP-007/2 o Excipiente P-44-alfa-33, y otra que acaben por incluir una lupa de regalo para que la gente lo lea sabiendo a qué atenerse. Presbicias aparte, no debe ser tan difícil hacer la letra más grande y poner más chica la foto (falsa) del producto en cuestión, o inventar un sistema de claves con colorcitos para que se entienda todo a la primera, o dejarse de prosopopeya en la redacción del mensajito, que a veces nada más que les falta que vengan en verso blanco o rimados en endecasílabos.
Yo es que soy muy mío y me fastidia tener que dar rodeos para llegar a las cosas. Ya se sabe que se inventó primero la lata y muchos años después (pero que muchos-muchos), el abrelatas, y que los soldados tenían que abrirlas con la hoja de la bayoneta o simplemente a tiros. Pero que a la altura de la historia que estamos todavía haya empresas de conservas que no hayan sido capaces de pagar los tres euros de patente del sistema abrefácil, o que se tenga uno que pelear todas las mañanas con el paquete de galletas porque no hay manera de encontrar dónde está la tirita roja para poder abrir el paquetito sin que se te conviertan en polvo de harina antes de hacerte el migote, como que encoraja tela.
Lo mismo con los cedés y los deuvedés, que se pasa uno media vida primero para quitarles el envoltorio de celofán, que parece que lo tatúan en el plástico, y luego también cuesta la misma vida extraer el disco de la caja, o meterlo, porque viene a presión con el sistema de lengüeta circular y, o no lo sacas en la vida, o tienes que tocarlo con los dedos sudorosos o, las más de las veces, te quedas con los dientes de la lengüeta rotos. Y anda que no se rompen pronto los plastiquitos de los discos: no me extraña que los del top manta sean más listos y los vendan directamente en cartón, porque es que no hay manera.
El colmo de mi malestar de ciudadano protestón que piensa que la comodidad sigue siendo una de las ventajas de la vida civilizada (en justa compensación por las alergias y la contaminación y los madrugones y los atascos), viene cuando toca comprar colonia o after-shave y lo hace en uno cualquiera de los supermercados que florecen como si fueran los videoclubes de la primera reconversión de Astilleros. No hay nada que moleste más, que humille más, que tenga más malaje, que verte allí en la cola dispuesto a pagar tu Abrótano Macho, tu Varón Dandy, o tu Diavolo de Antonio Banderas, y soportar con humilde paciencia cómo la amable señorita tiene que ejecutar el ritual de abrirte allí en medio de la caja la colonia o el after-shave y asegurarse de que no le estás dando el tocomocho a la empresa y te llevas un perfume más caro, de esos que anuncia David Beckham.
Pero es que hay mucho listo que sí, que da el tocomocho, me dirán ustedes. Vale. Pues jolines, ahí sí pongan los diseñadores de la cosa las cajitas envueltas en celofán, para que nadie pueda cambiar los frascos y/o maquearse en los pasillos del supermercado. Pero no nos presuman ladrones a todos. Hágannos la vida un poquito más fácil, anda, que tenemos el coche mal aparcado y hay prisa.
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