Sé que voy a ser, si llego, un viejo cascarrabias. Muy cascarrabias. Si soy un madurito interesante cascarrabias y fui un joven verde cascarrabias, tengo muy claro que protestaré y protestaré a quienes quieran oírme y soportarme.
Pero es que hay cosas que me sacan de quicio, oigan. Que me fastidia un mazo que me tomen por lelo, desde eso de ser ciudadano de segunda porque uno no tiene un comercio (que parece que es lo que todo el mundo tiene que tener en Cadi para que sea considerado gaditano, pásmense, ni siquiera futbolista), a tenerme que tragar todos los caprichos absurdos de gobernantes y mercachifles (o sus esbirros) y entrar por el aro cuando no me da la lógica (más que la gana) entrar.
Les cuento: que me quema la sangre que me cobren el pan en los restaurantes, cónchiles. Sobre todo si no me lo como. Sobre todo si no lo he pedido (un inciso para aclarar que, cuando me apetece, soy muy panero --y muy piquero, ya lo saben ustedes--, y que si yo lo pido porque se me antoja repetir o hacer sopones, lo pago a gusto). Y sobre todo cuando le echan morro al asunto y te cobran una pasta gansa por el pan de los cojones que no se come nadie.
Me explico: uno acepta que te apliquen el iva, la ley de fugas y hasta te exorcisen en los restaurantes. Y que te cobren el cubierto, o sea, el pan. Pero por el amor de Dios, EN UNA VULGAR PIZZERÍA, que te cobren quinientas pelas de las de antes, tres euros de los de ahora, por ponerte cinco piececitas cinco de pan (éramos los cuatro más mi mamá el otro día) por un pan que no se toca porque con pizza, no sé ustedes, el pan como que engollipa un poco, me parece ya el summum del ridículo, el colmo del descaro, la mala baba empresarial aplicada... ¿a qué? ¿A que uno no vuelva al restaurante, por abusones? ¿A que uno no deje propina y considere que la propina está incluida como si fuera una lima de presidiario dentro de la barrita diminuta de pan de Viena?
Y claro, uno se mosquea porque lo toman por bobo. Y al final, puesto que lo ha pagado aunque no lo haya comido, hace el ridículo de, delante de la señorita camarera de la madroñera y el delantal a cuadros, meterse con mucho aspaviento y hasta con recochineo las cinco piececitas de pan en el bolsillo.
Aunque algo durillas, esta mañana estaban bien en el desayuno.
Les juro que la próxima vez que me intenten clavar con el pan, no me muerdo la lengua y pregunto dónde se les ha caído el jamón.
Lo que les digo: voy a ser, si llego, un viejo muy cascarrabias.
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