Ya les he contado por aquí otras veces que no es el arte lo que imita a la vida (suponiendo, claro, que uno se dedique a esas cosas), sino justamente lo contrario, y que hay casualidades casuales del hacer de cada uno que aparecen primero en los libros que escribe o las historias que sueña, y que luego se cumplen.
La penúltima me tiene de nuevo con la mosca detrás de la oreja. Hace un año y pico, no sé si lo recuerdan ustedes, andaba yo escribiendo una novela de Torre, la segunda, ésa que continúa convenientemente inédita, donde se narra, entre otras cosas, una pesquisa policial muy de andar por Cádiz con un asesino de personalidad múltiple que es, nada menos, que el rector de la universidad y, para más inri, rey mago de la cabalgata de ese año.
Hace un par de días se hizo pública la lista de los tres reyes magos que el cinco de enero próximo tendrán que soportar el olor a alcanfor y los guantes de seda y los caramelazos de los niños y el calor insoportable de las barbas postizas.
¿Adivinan ustedes quién encarna a uno de ellos?
Exacto, el rector de la universidad.
Si en los días previos a la cabalgata aparece una pilingui parecida a Aria Giovanni muerta en los lavabos de la facultad de filosofía y letras, les juro que cierro Crisei y abro un chiringuito para hacerle la competencia a Aramís Fuster o a Rappel.
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