Nada, ni una mísera corbata, ni un pañuelo, ni un cinturón ni un pisapapeles. Ni un libro.
Ni una puñetera botellita de whisky, ni un pisacorbatas, ni un lote de productos de la casa, ni un jamón (una vez sí me tocó un jamón; me puse tan contento que fue como si me tocara la lotería).
Jolín, que están los tíos de aniversario (con un modelo calvo que dan ganas de no volver nunca jamás y pasarse a la competencia) y se rascan menos el bolsillo que Estela Plateada, los notas. Te gastas una pasta gansa (casi trescientos euros, yo, ayer) y te dan cuatro llavecitas muy monas que son la ilusión de los niños y el recuerdo imprintado del Un, dos, tres... entre los papás y abuelos, y resulta que de las tres llavecitas sólo abre una, cónchiles, y luego tienes (le tocó a Daniel) que sacar una papeleta que no te pone, qué extraño, aquello de "Siga jugando" que aparece en cualquier tómbola, sino que te da a elegir, oh, magnanimidad, entre todo el montonazo de regalos que hay en el bloque 1.
Y la parte donde está el bloque uno, atendido por una amable señorita eventual que cecea y muestra generoso escote todavía bronceado está repletita de regalos, por supuesto. De regalos de esos que uno ni siquiera mira en la tienda del todo a cien, caguentó: bandejitas de plástico, barcos de madera (ayer también había trencitos), vasos de licor pero sin licor, todo lo más kitsch que imaginarse uno pueda (en la parte dos seguía habiendo más de lo mismo, en variedad inimaginable; en la parte tres, idem de idem con algún producto de la casa y alguna botellita de vino de la tierra; un apartado central regalaba --es un decir-- quesos, jamones y embutidos). Total, que como ya nos conocíamos el percal y tenemos de todas estas tonterías de otros años, nos llevamos (se llevó mi santa) una báscula de cocina, de plástico y más falsa que una de las encarnaciones de El Camaleón.
La amable señorita eventual que cecea y muestra generoso escote todavía bronceado se despide con una sonrisa de pendiente a pendiente y diciendo "Que lo disfruten". A lo que yo, con ganas de choteo, le digo que seguro, que me pesaré a trocitos en la susodicha báscula.
Joder, ya podían hacer amago de tirar un poquito la casa por la ventana los jefazos de los grandes supermercados de moda, digo yo. Vaya lujo de regalos. Qué tercermundista. Si todavía quedaran paraísos que conquistar en plan labia de Cristóbal Colón, les iba a salir más barato el tesoro de Moctezuma que ir cargando con collaritos de cuentas para el intercambio-toco mocho: con un par de docenas de llavecitas que abran, seguro que se puede conquistar un imperio.
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