¿Pero no hay otros problemas de más calado en el universo mundo, Dios mío de mi alma? Ya la volvemos a tener liada, y por culpa de un anuncio de televisión… anuncio de televisión que aquí ni siquiera vemos, ni con antenas parabólicas y canales digitales, a cuenta ni más ni menos que de la búsqueda de la felicidad y el encuentro de la alegría (en el País Vasco) de un ciudadano andaluz. Un ciudadano andaluz… y soso.
Es un anuncio de esos de apenas un minuto, donde un señor con cara de palo, parecido a Buster Keaton, pero andaluz, confiesa en voz off que nació andaluz y soso. Una desgracia. Y que por más oraciones que rezó, por más bailes que danzó, y por más viajes que emprendió, nada, que no conseguía el buen hombre verle la gracia a la vida. Y resulta que la encontró, ya digo, en el País Vasco. Y ahora dice que hasta le gusta el chirimiri. Todo para hacer publicidad de un canal de televisión autonómico. El “la nuestra” pero “de ellos”, para entendernos.
A mí me parece perfecto que cada uno encuentre su hueco en la vida de la manera en que bien pueda o que le de la gana: ahí tienen ustedes a otro vasco, Imanol Arias, haciendo propaganda subliminal descaradísima de los paraísos de Cádiz en un anuncio de coches, con todo el arte y todo el cariño del mundo. Hacerse cruces a cuenta de un simple anuncio televisivo que está hecho, vaya, con sentido del humor, y extrapolar a partir de ahí una burla generalizada a los andaluces en general, al habla, la religión, las costumbres y el jamón de pata negra se me antoja, cuanto menos, exagerado. En el Parlamento andaluz, ya saben ustedes que el Partido Popular ha pedido hasta que lo retiren de antena en medio de una sana indignación y oyendo el clamor popular con p minúscula. Y a mí, insisto, me parece que no es para tanto. La mejor manera de que un país sea normal es que ese país aprenda a reírse de sí mismo, y nosotros lo hacemos (nosotros, los andaluces; nosotros, los gaditanos) cada dos por tres a cuenta de otros y a cuenta también de nosotros mismos.
Imagínese ustedes que ahora viene la embajada rusa y le pone un pleito al Yuyu por aquella chirigota que sacó donde iban todos de rusos y le pegaban al vodka cosa fina. O a la embajada americana quejándose de que Los Morancos se cachondean, y mucho, con un tal Ronald Jeremy que habla así de aquella manera, como si tuviera torcida la boca, y que usurpa el nombre de un actor de cine porno para más señas, y que, toma coincidencia, encontró la felicidad y la alegría en un barrio de Triana junto a Omaíta y Antonia y Charini y los demás. O que de pronto, Dios no lo quiera, se entera Lucasfilm de que aquí Manolito Santander y el Yuyu (ozú, José, que te veo entre rejas y no cantando con la antología de Antonio Martín precisamente), han traído de inmigrante ilegal a Darth Vader sin pagarle derechos de autor a tito George. Y ya puede ir el amigo Pérez-Reverte poniendo a remojar la barba de joven lobo de mar, porque como se enteren los franceses y los ingleses de que los pone a caer de un burro y además con recochineo en Cabo Trafalgar, vienen y acaban los dos países juntos lo que no lograron por separado hace doscientos años.
Uno no sabe si el escándalo y el rasgarse las vestiduras tienen que ver con el equívoco a cuenta de la Macarena del susodicho anuncio. O con el acento (que no parece nada exagerado, en contraposición con aquellas obras de los Álvarez-Quintero o de Muñoz Seca interpretadas por actores madrileños en los Estudios-1). O con la manía de confundir a posta individualidades ficticias con colectivos verdaderos. O con la estrategia de todos contra todos y sálvese quien pueda que nos ha tocado la desgracia de vivir. O sea, el continuo que viene el lobo. A fuerza de ver lobos por todas partes llegará el día en que no nos demos cuenta de que también se comen las gallinas los raposos.
Un poquito de seriedad. O, mejor, un poquito más de sano humor, hombre. Denuncien ustedes, señores parlamentarios, todo lo que se está haciendo mal, todo lo que es grave, y no se bajen a la arena de las tonterías de patio de colegio.
Y si hay un andaluz soso (que alguno hay, ¿eh?) que tuvo que emigrar para encontrar la alegría, recuerden la triste realidad de que también hay muchos andaluces (da lo mismo que sean malajes que graciosos) que han tenido y todavía tienen que emigrar para ganarse los garbanzos. Esa realidad es la que hay que enmendar. Mejor mañana que el mes que viene, a ser posible.
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