Lo que son las cosas, oigan. Nos invitan el jueves a la apertura de la exposición sobre la batalla de Trafalgar en la Diputación de Cádiz, donde canta la Coral Universitaria y donde se pone a la venta un bello catálogo donde hemos participado. Digo hemos, una vez más, porque no soy yo solo, sino que me refiero a Manolo Ruiz Torres y aquí al baranda.
En el libro, y en la exposición, participamos los dos y en realidad, nos damos cuenta en seguida, participan todos los escritores así más o menos con pedigrí de la provincia de Cádiz. Ay del que no esté en ese catálogo: o no existe o lo odia todo el mundo. También en la exposición, y en el libro, colaboran un puñado de pintores y artistas plásticos (no puedo decir si faltaba alguno, no domino ese aspecto de la cultura).
Y mientras saludamos a diestros y siniestros, y recogemos nuestros libritos (que ahora mismo tengo traspapelado por la casa), intentamos esquivar a las señoras de pelo azul que siempre acuden a este tipo de actos y a los veloces jubilados que ni nos dejan acercanos a la cerveza y copan desde hace una hora el reducido espacio donde se sienta la gente que va a escuchar la coral cantar canciones de hace doscientos años o tal que así (y eso que juega el Cádiz en Madrid y el que más el que menos tiene pirateada la señal de ONO, que lo retransmite), nos recorremos el palacio de la Diputación, donde están colgados los cuadros y donde han tenido el detalle de exponer también, ampliados a tamaño impresionante, fragmentos de los textos del libro.
Y ahí viene la deformación profesional del título de más arriba. Porque nos damos cuenta, Manolo y yo, que no estamos haciendo caso a las pinturas, sino que nada más que le prestamos atención a los escritos. Por saber lo que han dicho los otros, a lo mejor. Por compararnos, posiblemente. Por encontrar nuestras palabras y nuestros nombres entronizados allí en paspartús hasta la próxima.
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