Así como lo leen ustedes, mismamente. El pecado capital enterito-enterito, eso siento. Como bien decía Fernando Díaz-Plaja, el más español de los pecados capitales, to pa mí, y hacia el amigo Arturo.
Y no porque sea mejor escritor que yo, porque haya visto mundo y corrido muchísimas más aventuras que yo, porque tenga un barco y yo me contente con el de los airgamboys, porque luzca barba de joven lobo de mar y a mí me pique la cara si me paso dos días dos sin afeitarme. Ni porque lleven sus libros al cine, ni tenga buena parla y mejor planta, y escriba en muchos periódicos y se lleve a todas las titis de calle y de conferencias de todo lo que sabe y los ministros los condecoren en alta mar y sea académico.
Le tengo envidia a Pérez-Reverte porque el tío lo ha conseguido. Con un par (o, como decimos por aquí abajo, ole tus cohones). Porque va el andoba y ha logrado colar su ficción en las realidades de las efemérides, las conmemoraciones y los discursos. Les explico: resulta que aquí todos estamos no con las carnes abiertas, sino con el orto mismo, rememorando los doscientos años de la batalla de Trafalgar, donde los ingleses al mando de Nelson nos la dieron para el pelo a la escuadra conjunta hispano-francesa al desmando de Villeneuve. Si no saben ustedes lo que hablo, mejor para ustedes, qué suerte, porque menuda nos están dando con las conmemoraciones. Uno tiembla nada más que pensar la que nos podría haber caído encima si nuestros abuelos (ministro que parece que es del PP dixit) hubieran ganado la batalla de marras, y se acojona y piensa en pedir asilo político con la que se huele que nos van a echar por lo alto cuando sea el 2012 y se cumpla el aniversario de la Pepa. O sea, de la Constitución liberal que don Fernando el número siete se pasó por el paletó mismo.
A lo que iba: aquí abajo estamos conmemorando (que no celebrando, ojo, que perdimos) la singular batalla, y han montado a lo que parece una exposición, diorama o qué sé yo (aún no la he visto) dedicada a la efeméride: una cosa así muy ilustrativa con los barcos ingleses a la izquierda, los barcos españoles y franceses a la derecha en formación de media luna, jarcias, velas, cañones, paquebotes, náufragos. O sea, el Victory allá, el San Juan Nepomucemo acá (eso que hace años me hicieron mis alumnos en la pizarra de clase, con barquitos de papel de colores, que les quedó superoriginal y divino de la muerte), las olitas y la mar blanca y allá a su frente Estambul, o lo que tuvieran más cerca.
Y entre todos los barcos, parece que alguien ha metido la gamba e incluye, por mil mofetas, un barco que no existió, un cascarón que nunca fue, un invento de don Arturo Pérez Reverte para su libro "Cabo Trafalgar": el Antilla.
Y ahora aquí, destapado el error, son todo corregir papeles y retirar barcos y murales y dípticos y todo lo demás. Cuando a mí me parece que la gracia, el éxito, la gloria, el sueño de todo escritor es precisamente eso que el amigo Arturo ha conseguido: que se confunda su libro con la historia, sus personajes con las personas, la ficción novelada con la realidad.
Envidia que me da, oigan. ¿Se puede pedir más a un libro?
Comentarios (80)
Categorías: Literatura