La pregunta del millón: Para quién se hacen los tebeos.
La respuesta del millón: Los tebeos no se hacen para nosotros.
Si se hicieron alguna vez, esos tiempos pasaron a la historia. De todas formas, si el tebeo se hace para el fan, malo. Si no se hace para el fan... lo mismo no es peor.
Los tebeos son un negocio. Un poco absurdo y moviendo ya pocas pelas, pero negocio al fin y al cabo. Y las editoriales de comic-books siempre van a tiro hecho, promoviendo una especie de eterno retorno porque ellos ven en la infancia y la adolescencia (tardía o no) su objetivo.
Dicho de otra manera: las majors americanas no tienen conciencia de estar narrando sagas generacionales. Ni de estar haciendo historia, ni arte, ni continuidades ni otras vainas. Saben que están vendiendo papel de colores, y es sintomático que al frente de ellas esté hoy gente que no tiene roles creativos dentro de la industria.
Repetido de otra manera: para las majors americanas cada número es un número uno, y el objetivo básico de su mercado es el adolescente de paso. Los tebeos se hacen para los "kids", como ellos dicen.
En ninguna parte se rubrica que los kids tengan derecho a crecer.
O a criticar.
De niño me encantaban la Mirinda y la Coca Cola por encima de la Fanta y la Pepsi (las primeras Marvel y DC de nuestra vida; luego el enfrentamiento Madrid-Barça, más tarde PP-PSOE; la dualidad, no sé si me siguen). Estoy seguro de que si hoy probara una Mirinda (que ya ni existe), la escupiría con desagrado. Hace tiempo que no pruebo la Coca-Cola (desde que le cambiaron la fórmula allá en el 84: me produce, literalmente, náuseas). No me interesa el fútbol para nada-nada. Y no voto desde lo del referendum de la OTAN.
Pero sigo, como todos, comprando y leyendo tebeos.
Y criticando.
¿Pero tengo derecho a hacerlo? ¿Tenemos derecho a exigir un respeto al lector que fuimos, al lector que todavía somos, al lector que queremos seguir siendo?
Las majors entienden que no. No somos su público. No hacen sus tebeos para nosotros. Ya no somos kids. Somos adultos que no se dan cuenta. Somos una memoria incómoda: eso, y no otra cosa, es lo que ellos entienden hoy por continuidad.
De niños, recordemos todos, nos pudo gustar, no sé, Barrio Sésamo, Los Chiripitifláuticos, Ulises 31, Los Pitufos, los cuentos de Andersen, los westerns de chicos muy limpios y maestritas muy bobas, Candy-Candy. De mayorcitos ya vemos y leemos otras cosas.
Menos tebeos. Seguimos leyendo los mismos tebeos.
Y queremos que esos tebeos crezcan con nosotros. Es más, queremos que esos tebeos crezcan como nosotros. Lo que no se ajusta a derecho (a nuestro derecho) no está bien. Lo que no sigue el canon que creemos pensado y estructurado para nosotros (cuando en realidad, me temo, ese canon es un proceso de prueba-error y serendipia fraguado durante cuarenta años, pura chamba) no nos vale. Ya lo dije una vez, en el contexto de la ciencia ficción donde también me muevo: "Fan es aquella persona que se empeña en saber de tu obra más que tú". Pues eso mismo. Todavía hay gente que no perdona a Steven Spielberg que esté haciendo otras historias simplemente porque a él/ella no le llegan, aunque sin duda hay mucha otra gente a la que no sólo sí le llegan, sino que osan (osamos) calificar a IA de pura obra maestra.
Los comic-books se hacen mes a mes: la dilación temporal de sus historias es larguíííísima, de ahí el contrasentido de intentar explicar el factor tiempo en los universos de colores. El lector medio cambia y no permanece en el título, lo mismo que no suelen permanecer los autores. Eso explica la falta de avances reales, el inmovilismo editorial y creativo. Queremos ser eruditos de la cosa y en la mayoría de los casos no pasamos de ser meros frikis, empeñados en dar una versión penosa del "No es esto, no es esto" orteguiano.
Claro que no es esto. ¿Por qué tenía que serlo? Un torero no puede quejarse si lo cornea un toro. Un músico no puede quejarse si se le estropea la garganta. Un motorista no puede decir esta boca es mía si se estrella en una carrera. Es su riesgo asumido.
Los tebeos son el riesgo asumido que corremos cuando queremos que sean como queremos que fueran, sin darnos cuenta de que estamos en mitad de una plaza sin ser toreros, en mitad de un concierto sin ser cantantes, en mitad de una pista sin ser Angel Nieto.
Que no nos ha dado nadie vela en ese entierro y nos negamos a reconocerlo. Y porque, cuando se nos da la vela y se nos prepara un entierro a medida (es decir, cuando se prepara un producto ex-profeso para fans), suele quedar una mierda. El observador, es sabido, no debe manipular el experimento. Y eso pasa cuando se hace caso (las pocas veces que se hace caso) a los sabios consejos de las generaciones pasadas y expertas en esto de hacer tebeítos mensuales donde, para mostrar que un personaje se rasca una ceja, hay que saber dónde y cómo y cuándo y para qué su compañero de equipo, allá por el año 71, le dio un uppercut allí mismo, mientras discutían por un quítame allá esta máscara sin darse cuenta de que los dos eran buenos.
El río de los cómics pasa y corre hacia su desembocadura. Los fans somos los náufragos que nos quedamos varados, viendo pasar la corriente, gritando que ese no es el camino... sin darnos cuenta de que hay otros barcos que fluyen corriente arriba, que hay cables que nos pueden llevar a cualquiera de las dos orillas, y a otros mundos, y otras historias, y otros sueños.
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