No, no le falta el chupachups. No es Johan Cruiff, sino Daniel Craig, desde esta mañana, oficialmente, el nuevo James Bond 007. Las cartas de baccará a las que la productora venía barajando desde que se decidió prescindir de los servicios de Pierce Brosnan (para aquí el que firma the best Bond possible, the best Bond ever) y tras el montón de nombres que se conjugaron, ya han salido del zapato y hay confirmación oficial. Si no le tiñen el pelo, este señor de cara de sieso y pinta de desertor del KGB será el epítome de lo flemático, de lo británico, de lo glamoroso visto desde lo kitch. Allá ellos. Y allá nosotros.
Bien es cierto que, desde la última película de Brosnan (y quizá la única película que, junto con Goldfinger, se aguanta sola), parecía que habíamos recorrido un círculo completo. En el mundo de hoy (y eso se encargaban de dejarlo muy claro en Die another Day) James Bond parece obsoleto: no vale que vivas de salvar al mundo de amenazas increíbles y luego te cuelen los goles por la escuadra volando rascacielos o atacando indiscriminadamente estaciones de metro. El año y pico que según la trama Brosnan-Bond pasó prisionero en Corea le permitó salvar la cara y decir que, claro, cuando lo de las Torres él no estaba allí. A ver qué otro guiño de guión le hacen decir a Craig para justificar la barbarie de Londres de este pasado verano.
Han cerrado el ciclo Brosnan y ahora quieren empezar un círculo nuevo, y empezando, a lo que parece, desde cero: adaptando Casino Royale, la primera de las novelas de la serie, ya convertida en película-parodia por aquello de los problemas de derechos, donde se nos muestra curiosamente a un Bond muy distinto de lo que luego fue, y un Bond al que por pura paradoja se acercó Brosnan en su canto de cisne: un Bond que es torturado y pasa las de Caín cuando lo capturan los agentes enemigos.
Saben ustedes que se ha hablado de hacer un Bond más joven, más inexperto, partiendo de nuevo de la idea de cero. Quizá porque ya no es tiempo de superhombres perfectos y no pasa nada si vemos que tienen los pies de barro (la sombra de Indiana Jones es alargada, y ahora parece confundirse con la de Bourne). Craig desde luego no es un jovencito, y va a extrañar mucho, si los tiros de la Beretta siguen yendo en esa dirección, que lo veamos de novato, metiendo la gamba y aprendiendo sobre la marcha.
Es lo que tienen las franquicias. Y Bond es, más que Star Trek, la franquicia por excelencia del mundo del cine, desde los años sesenta. Porque, a pesar de las veinte películas rodadas, en realidad no ha sido nunca una serie: no ha existido continuidad real, cada título contaba con el inmediato reconocimiento del "héroe" y de sus adláteres (M, Moneypenny, el inevitable Félix Leiter, Q cuando se dieron cuenta que Q era divertido), y del villano megalómano, esa mezcla de malo de película de Fritz Lang y de supervillano de tebeo, tan reconocible nada más verlo que uno siempre se pregunta por qué Bond no le pega un tiro nada más empezar la peli y caso resuelto.
No ha habido serie en sí, decía. Bond no tiene historia que digamos (sólo muy de pasada se ha aceptado la continuidad de su matrimonio y su viudez con la señora Diana Rigg, o sea, con Emma Peel, el otro icono del espionaje británico sesentero), y los cameos molestos de algún sheriff pueblerino americano o de algún agente ruso antes de descubrir que en Hogwarts estaba lo suyo. Bond no tiene más pasado que el recuerdo difuso de sus andanzas... y reconozcamos que los guiones de las pelis de 007 no son un prodigio de originalidad, ni de estructura narrativa, sino una sucesión de peripecias a cual más inverosímil y un paseo por lugares exóticos de este mundo donde, oh casualidad, siempre coincide la llegada del doble cero con la fiesta local.
Daniel Craig tiene encima el mismo reto que tuvo George Lazenby cuando quisieron que reemplazara a Sean Connery, porque la imagen de Pierce Brosnan como icono es poderosa. La productora (que ya no tiene el rostro de Saltzman y Broccoli), naturalmente, tiene todo el derecho a reinventar la franquicia, aunque nos encontremos (si es verdad que vamos a ver las aventuras de un 007 inexperto) con el contrasentido de que M y Q sean los mismos actores de películas recientes. Ya rechinó en la primera película de Brosnan que la nueva M le recriminara, una mujer sesentona a un señor que no aparentaba más de treinta y cinco, que estaba anticuado y era un residuo de la guerra fría. A ver cómo solucionan ahora la papeleta.
Porque, claro, nunca se atreverá a rodar nadie el viejo fanfic de que tanto el número en clave como el nombre James Bond pertenecían a agentes distintos, en sucesión, entrenados (y condicionados, aquello del martini shaken not stirren y todo eso) para matar, follar, no despeinarse y ser experto en deportes de riesgo. Era una solución interesante, y que hasta podría justificar no sólo el paso de las décadas (más de cuarenta años, oigan), sino que se puedan mostrar diversas facetas de veteranía en eso de salvar al mundo de los diversos peligros que lo acechan.
Mister Kiss Kiss Bang Bang is back. Long Happy Trails, Mr. Brosnan.
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