Anoche, pese a los muchos canales digitales, tuve que tirar de DVD, así que acabé dándole un repaso a La novia era él, la desopilante película de Cary Grant que dirigiera ese maestro hoy prácticamente ignorado que fue Howard Hawks.
Y mientras veía a Cary Grant haciendo de improbable capitán francés (pero lo mismo daba: era Cary Grant) en una Alemania y una Europa recién saliditas de la Segunda Guerra Mundial, me vino a la memoria mi personaje de cómics favorito, y uno de los grandes de la historia: Johnny Hazard, la strip de aventuras que durante treinta años llevara adelante ese genio también ignorado que fue Frank Robbins. Se nos llena la boca diciendo que Will Eisner es el Orson Welles de la historieta, o que Hal Foster tiene su equivalente en el John Ford de madurez. Bueno, pues Frank Robbins es el claro equivalente en el mundo del cómic de Howard Hawks, tanto en su vertiente aventurera (Johnny Hazard pudo haber estado allá en Barranca en Sólo los ángeles tienen alas) como en la jocosa guerra de sexos que caracteriza la producción de ambos.
Johnny Hazard es una serie que comienza en la Segunda Guerra Mundial (y en un campo de pilotos prisioneros, nada menos), con un personaje que en principio quiere hacer claro homenaje a los secundarios del cine bélico: no hay más que ver la nariz que tenía entonces el protagonista y su físico tan alejado de los apuestos héroes de la historieta del momento. En seguida, en cuanto termina la guerra y el personaje se licencia, lo vemos convertido en piloto de vuelos charter por todo lo largo y ancho del mundo, enfrentado a un plantel de villanos variopinto pero no por ello menos cautivador, desde crueles generales japoneses llamados (pásmense) Mariwuana a orondos criminales de guerra nazis que homenajean a Orson Welles y acaban preludiando a Gert Fröbe.
Johnny es agudo, valiente, ingenioso, recurrente. La casualidad que lleva en el apellido es la marca de fábrica de sus andanzas: una moneda china que guarda en el pasaporte le sirve para esquivar una bala, un loro que transporta en un cargamento recita la fórmula de un arma nuclear, la docena de perlas que encuenta casualmente cuando come una docena ostra lo llevará a una aventura trepidante, en tanto que las perlas tienen ya preparado el agujerito que las ensartará en el collar de alguna rica dama.
Frannk Robbins juega con la mancha de tinta ya esbozada por su maestro Milton Caniff (a cuyo Steve Canyon se adelanta y al que gana por la mano), y entrega unas tiras diarias llenas de dinamismo, una lección continuada de cómo contar un segmento de historia en tres o cuatro viñetas y dejar el camino libre para el día siguiente. Hay muchísimo de Indiana Jones y de James Bond en las aventuras de nuestro singular piloto: villanos megalómanos, situaciones arriesgadas, mujeres fatales que encarnan a diversas Katherines Hepburns (lo cual demuestra que Robbins tenía mejor gusto que Caniff, tan rendido a Joan Crawford o a Marlene Dietrich), amigos pintorescos y peripecias que jamás pierden la lógica. Johnny Hazard es, además, un periplo por Asia y por Europa tras la guerra, con un desfile de personajes secundarios tan reales (pese a sus rasgos caricaturescos en ocasiones) que el lector está seguro de que debieron de existir en realidad.
El paso de las décadas y la estilización del propio Robbins (y la influencia, ya se ha dicho, que Johnny Hazard tiene sobre James Bond, el personaje de Hot Shot incluido), hicieron que se invirtieran las tornas ya en los años setenta el independiente y aventurero piloto formara parte de una organización de espías llamada W.I.N.G. y cambiara sus cargueros y bimotores por estilizados cazas.
Conocido en ocasiones en España como "Juan el intrépido" (siejque...), prácticamente todas las páginas dominicales del personaje están inéditas en nuestro país, y el resto de la producción de tiras diarias está publicada a salto de mata: algún intento por parte de Norma en los años ochenta, desde el principio, sin continuidad; una edición de Buru Lan a partir de los años cincuenta (la mejor que se ha hecho, hasta ahora), también suspendida cuando la editorial se fue al garete; un nuevo intento no demasiado acertado por parte de Eseuve en los noventa.
Y mira que el personaje es bueno, y divertido, e impactante. ¿Nadie se anima a publicarlo en condiciones, hombre?
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