Confieso que a mí no se me hubiera ocurrido. El otro día, el centro de moda (pero no en la sección de moda). Y de pronto, entre los congelados y la zapatería, una señora que pierde el bolso y en el bolso va el móvil y esas otras cosas que llevan en el bolso las señoras.
Venga a llamar por megafonía. Y al cabo de un rato, en atención al cliente, veo que le llevan a uno de los encargados el alijo con el móvil, mientras esperan a que la señora se de cuenta de lo que ha perdido, y vaya a recuperarlo. El que entrega al móvil ve que está conectado, y el jefe de sección (o subjefe de sección, o encargado tercero del ayudante del coordinador central de la planta, vaya usted a saber), con pinta de detective de esos de los casinos de Las Vegas (aunque no es calvo ni es negro pero usa corbata), le dice al otro que muy bien, que lo desconecte. El otro se queda un poco pillado, pero obedece.
Dos minutos más tarde, llega la señora, apuradísima, a recoger el bolso y el móvil. Y cuando le entregan el móvil le dicen, muy educadamente, que pulse el número pin. La mujer así lo hace, de ese modo comprueban que el teléfono es de verdad de ella, se lo entregan, y aquí paz y luego gloria.
Confieso que a mí no se me hubiera ocurrido el subterfugio. Buena medida, oigan. Y eso que no estábamos en Las Vegas.
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