Dice el dicho aquello, que podría ser hasta soez, aunque no lo es, de "cuando seas padre, comerás huevo". Veintipico años llevo yo dedicándome a esto de la enseñanza, divirtiéndome muchos ratos, encabronándome otros, y pasándolo muy mal cuando, en las sesiones de evaluación, a veces se desgranan los muchos problemas personales que sufren mis chavales.
Uno ya ha dicho en alguna ocasión que, desde el 18 de julio aquel infausto, lo peor que le ha podido pasar a este país nuestro es la LOGSE, esa ley fatua escrita por bobos donde se creen que todo el monte es orégano, todo alumno una máquina bondadosa de tragarse datos y esquemas y cada profesor un samurái que practica el bushido de la buena comprensión y el escaqueo en vacaciones. Por si no lo tengo claro desde que empezamos con eso de la ESO y el nuevo bachiller, desde hace dos semanas estoy viendo cómo se me encoge el corazón, literalmente, cada mañana cuando tengo que hacer el mismo camino al colegio, en mi coche con su ecosistema propio, pero ahora me llevo a Daniel conmigo. Daniel, lo saben ustedes, es mi hijo mayor, y tiene doce años.
Y entonces ve uno el toro desde el otro lado de la barrera. Y se revalida uan vez más en la idea de que esto no hacía falta. Por débil y blanda que sea la ESO, es un cambio artificial en la vida de un niño. Daniel, que de tonto no tiene un pelo aunque a veces le puede el despiste de quien tiene la cabeza en abstracciones de otra índole, no está preparado todavía para la caña que le metemos los profesores de la ESO. Y, como él, todos sus compañeros (ayer mismo tuve una charla tipo película de John Ford con el padre de otro alumno, también profe como yo, del mismo colegio): a todos nos puede el miedo.
No hacía falta, de verdad, empujar a los chavales de esa forma. Con doce años, en séptimo, con trece en octavo, se terminaba de forma natural un ciclo. Con la edad que tienen, ingenuos todavía, no son capaces de asimilar los madrugones, los diez profesores diferentes, las evalaciones a degüello. Esta sociedad nuestra cada vez acorta más la infancia, y luego se asusta.
La enseñanza primaria es un proceso, y ese proceso no termina tan pronto. Y advertir que tienes que desollarte los codos y trabajar por sistema en el estudio es algo que se aprende más despacio, no de sopetón. Psicología evolutiva, y todo eso.
Anda que no habría sido más sencillo dejar la primaria como estaba, y empezar la ESO en lo que ahora es tercero, y quizá ampliarla un año más. Y entonces meter los dos años de Bachiller.
Porque, verán ustedes, ahora entran en la universidad con la misma edad, pero con muchísimos menos conocimientos que antes, y el chocazo que se dan en primero es, lo sé, de antología. No se puede corregir el caos de la eso en dos años solos de bachiller: hoy hace falta un año más para poner las cosas otra vez, un poquito, en su sitio. Claro que es una entelequia: nadie va a retener a la gente estudiando un año más. Pero hacía falta decirlo: que los niños son niños, y si dejan de ser niños es porque les ha salido de las narices a un puñado de teóricos que no han pisado en su vida un aula ni, posiblemente, han visto jamás los ojos de sueño, camino del colegio, de un niño.
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