Uno es autista, de los de Luis Eduardo Aute, desde que escuchaba, casi con la reverencia con que se iba a misa, aquel disco editado por Círculo de Lectores (cuando Círculo se cargaba las carátulas originales y las sustituía por otras de cartón la mar de espantosas), a mediados de los setenta (todavía estaba vivo el difunto, les estoy hablando del 73 ó 74). "Rito", se llamaba la cosa. Un juego poético y lúgubre (y magistral) de poemas cantados sobre el amor y la muerte. Luego vinieron "Espuma", y el surrealismo de "Babel" y "Sarcófago" (quizá la parte de su producción que más me gusta), y por fin la gran eclosión con "Albanta" y la aparente simplificación estilística que acompañó a "De par en par" y "Alma".
Desde entonces, Aute ya no fue producto para unos pocos, esos que nos extrañábamos de que el tío pintara, cantara, escribiera libros de poesía (todavía tengo por ahí un par de ellos) compusiera e hiciera cine (¡eh, incluso colaboró en Nueva Dimensión!). Miel sobre hojuelas. Confieso que me distancié un poco de él cuando sacó aquello de "Templo", pero también es cierto que la música, lo he dicho muchas veces, dejó de ser parte importante de mi vida, si alguna vez lo fue, a finales de los ochenta.
Anoche Eduardo estrenó gira y estrenó la programación del Gran Teatro Falla de Cádiz. Y lo hizo con el aforo lleno y un repaso continuado de su último trabajo, el remake de canciones antiguas que ha bautizado, con el juego de palabras que últimamente caracteriza su producción, como "Auterretratos 2".
Es la tercera vez, creo, que escucho a Aute en concierto. Y anoche, no, no me decepcionó, pero me pareció un concierto frío. Demasiada música (o sea, demasiado acompañamiento musical), con un cantante extrañamente huidizo, más introvertido que de costumbre, que parecía estar leyendo las letras en la partitura que tenía delante y que tardó lo suyo (o quizá fuera cosa mía) en meterse al público en el bolsillo. No fue hasta la primera pausa, cuando los músicos abandonaron el escenario y él se dedicó a hacernos reír leyendo los mini-poemitas que componen sus Animalhadas, cuando la cosa subió un poquito (siempre, insisto, para mí, que la friki que tenía yo sentada a la izquierda poco menos que se muere entre orgasmos cada vez que reconocía una partitura o el filipino hacía un comentario). Luego, sí, la cosa fue subiendo, subiendo, y llegó a su punto culminante cuando, ya sin más acompañamiento que su guitarra, y en los bises, ofreció al público lo que el público (o al menos yo, insisto) había venido a escuchar: sus canciones más populares, esas que ya son un trozo de nuestro recuerdo y de nuestra historia.
Lo vi cansado, a Eduardo, tan viejo como hace unos pocos meses en la Feria del Libro de Cádiz, cuando nos leyó esas mismas Animalhadas (pero sin contenerse, dos horas estuvo el tío dale que te pego, con un calor sofocante). Para ser el primer concierto de la gira, los vi a todos fríos, huecos, como si llevaran ya meses y meses en la carretera. Nos lo advirtió él mismo, varias veces: vengo a darles el coñazo. No lo dio, naturalmente, pero eso demuestra que él mismo es consciente del problema de esta gira: basarla en su último disco, que es una recopilación de temas que no son siempre sus temas más populares (aunque los autistas somos como somos y no tienen por qué gustarnos más las canciones más pegadizas, sino todo lo contrario), crea una barrera innecesaria en el espectáculo en directo. En ese sentido, aunque me gustó el concierto, no llegó en ningún momento a emocionarme, quizá porque tampoco el cantante se entregó con pasión, sino con matemática, a su trabajo.
El sonido tampoco era muy allá. Demasiado acompañamiento musical, ya les digo: había momentos en que ahogaba la voz del cantante. Y eso que parece que ahora tiene más torrente que antes, fíjense ustedes qué cosas.
Dentro de un par de meses, según anunció ayer, saldrá a la venta Animalhadas, el libro recopilatorio de esos epigramas ingeniosos que ahora viene haciendo. Y también recalcó Eduardo (quien dijo haber tenido una abuela gaditana), que piensa seguir con sus Auterretratos, lo menos hasta el 69, porque es un buen número.
Ahí estaremos esperando, por supuesto.
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