A veces, no crean, uno ha ido contracorriente de la cultura clásica establecida. O sea, que si ahora me leen ustedes como sacrosanto defensor de los tebeos clásicos, porque me gustan, porque me parece que son indispensables y también porque me da la gana, también no es menos cierto que hay tebeos clásicos, de esos que despiertan o despertaron pasiones en su momento y en su sitio (léase, plis, los eé uú de América) que a mí me dejan más frío que un gazpacho de termomix. Pogo es uno de esos tebeos, fíjense ustedes qué casualidad. Y Steve Canyon. Y, a partir de la segunda o tercera página leída, me pasa más o menos lo mismo con Krazy Kat.
Y con Li´l Abner, vaya por Dios, ese personaje de Al Capp donde, nos dicen, se pone en solfa el establishment americano y se cachondea el hombre (que dicen que tenía una mala leche proverbial) de todo lo que es o era sagrado: respetabilísimas instituciones como el matrimonio, la democracia, el feliz palurdo campesino y hasta el honrado detective que todo lo resuelve a tiros (en el caso de Fearless Fosdick, sangrante parodia de Dick Tracy, sobre su propia persona). Por más que uno leyera en El Globo, allá por los primeros años setenta, las aventuras del tontorrón de Abner y su Marilyn Monroe campesina (Daisy Mae), y la abuela que fumaba en pipa, y el padre que tenía una escopeta, y el hermano menor que era aún más tontorrón que él (tarea tan difícil como encontrar a alguien en el Pepé que sea más antipático que Zaplana... bueno, vale, no me nombren ustedes a Aceves), por más que uno leyera las historias de El Globo, les decía, a mí Li´l Abner me dejaba a cuadros.
Imagino que por el localismo de la situación. Imagino que porque era imposible de traducir, tanto el referente político y cultural como el batiburrillo de expresiones campesinas típico de los habitantes de Dogpatch: vamos, que tampoco me creo que en el Japón del sol naciente la gente alucine por las esquinas escuchando flamenco y leyendo a García Lorca. Imagino que porque la etapa reproducida en aquellos tebeos ya no era la edad de oro del personaje, la de los shmoos y el socialismo y esas cosas.
Eso sí, uno se daba cuenta ya con trece años de que el dibujo era sobresaliente, de la capacidad de Capp para crear personajes pintorescos y situaciones surrealistas que luego hasta se han adaptado a la tradición (el día de Sadie Hawkins, por ejemplo), y se agradecían enormemente aquellos pin-ups de campesinas de piernas larguísimas que aparecían siempre en las viñetas, aunque no viniera a cuento.
Pues eso, que no me llegó nunca a decir gran cosa Li´l Abner, aunque se le reconoce su fama de tebeo importante e influyente, con su correspondiente película aquí jamás estrenada y su par de musicales de Broadway.
Por eso le he dado una segunda oportunidad y me acaban de llegar cuatro tomos, cuatro, en color y tapa dura, que Dark Horse ha reeditado con la etapa en que Al Capp (que, ya saben, dicen que era un ogrete de tomo y lomo) tenía como negro nada menos que a Frank Frazetta.
Posiblemente seguiré sin apreciar todas las virtudes del tebeo. Pero uno sabe reconocer, de siempre, el trabajo de un maestro.
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