Quien no se consuela es porque no quiere. Uno andaba ayer y anteayer no demasiado católico, la verdad, con la perspectiva de volver a clase después de dos meses de trabajar en otra cosa (aunque parezca que uno no ha estado haciendo nada, pero escribir es diferente). Ya les dije: un mal horario, volver a empezar otra vez de nuevo (los profes repetimos curso siempre), caras que se parecen a otras caras y nombres que se parecen a otros nombres y que serán convenientemente olvidadas y/o amontonados en el baúl de los recuerdos que se confunden. Goodbye Mr. Chips, pero en versión caleti, como si dijéramos, ustedes me entienden.
Y sin embargo ha sido hoy entrar, sentarme, verlos allí, bronceados, jóvenes, con tan pocas ganas como yo de iniciar otra andadura, y las pilas se me han recargado al momento. Si ayer no pude dormir de puro cansancio (anduvimos de fiesta con los de La Voz) y de pura expectación por el curso nuevo, recibir esta misma mañana un horario menos pésimo, mirar sus miradas llenas de recelo, de incertidumbre, y también de ilusión hacen, de verdad, que parezca que uno se ha tragado de sopetón un kilo de anti-kriptonita on the rocks. Es sintomático que me haya pasado toda la mañana cantando por los pasillos.
O sea, que todavía uno está en forma. Fuego al cañón y eso que me dicen. El lunes, más leña. Se lo hicieron decir a Bob Fosse: Empieza el espectáculo.
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