Parece un parpadeo, pero se cumple en estos días un año desde que salió a la calle el nuevo periódico de nuestra ciudad, La Voz de Cádiz. Y, sin entrar en disquisiciones de si les gusta a los lectores o no, sobre si tiene la aceptación que tiene por su contenido o por sus regalos, como dicen los maledicentes (como si los otros periódicos del mundo mundial no regalaran también cualquier cosa), me permiten que les haga la reflexión de cómo se lleva esto de ser vigía del occidente de uno mismo cada lunes y publicar un articulito de seiscientas palabras (en realidad, de casi ochocientas) donde uno pontifica sobre lo divino y lo humano intentando no ser pisado por el articulista que escribe los días anteriores y no fastidiarle tampoco el invento al que viene detrás (que es, lo saben ustedes, Manolo Ruiz Torres, los martes de mis lunes).
Es una experiencia curiosa, ya les digo. No es igual que escribir aquí en la bitácora, donde paso a salto de mata de un tema a otro y si no tengo nada que contar no cuento nada y tampoco noto las cortapisas del espacio. Sin embargo, creo que la filosofía es la misma que esta pantalla (al menos, eso espero, y si quieren ustedes darme la razón o rebatirla, no tienen más que pinchar aquí a la derecha, donde pone La Voz, que ahí están pulcramente agrupadas todas mis columnas del "Mar de leva", que es como se llama mi sección). O sea, no aburrirme. O sea, cambiar de aires cada lunes. O sea, si hoy me toca ser trascendente y poético, el lunes siguiente procuro ser intrascendente y casquivano. Si hoy le meto el dedo en el ojo a algún político, al lunes siguiente me entretengo salvando al país y ese tipo de cosas. Es divertido. A veces, como con esta bitácora, los artículos que mejor salen se improvisan en un ratito, cuando no tienes nada que decir: y es difícil, no saben ustedes cuánto, tener que decir algo cada lunes sin falta, en unas medidas concretas y con una fecha de entrega de un par de días antes.
El título de la columna, por cierto, no lo he explicado nunca, y quizá haga falta. El mar de leva es una especie de corriente que hace que, una vez atracados, los barcos del muelle de Cádiz se peguen golpes de costado contra el embarcadero. Dicen que es un problema ya solucionado, pero en sus tiempos incluso llegó a hundir a más de un barco. En mi columna, en el fondo, estoy reconociendo que somos (o soy) como una mosca en un cristal, como un barco empujado por la mar de leva: siempre dispuesto a darme golpes a capricho de la marea, sin que haya las más de las veces solución ni remedio.
Me gusta escribir esa sección. Me motiva. Me ennoblece, incluso. No sé cuánto me soportarán en el periódico, pero mientras tanto, yo cumplo el viejo sueño de tener mi columnita y contar mis batallitas. Y es agradable, de verdad que lo es, que alguien te pare por la calle y te felicite por tal o cual artículo, y todavía más comprobar que, poquita cosa y todo, el cuarto poder existe y más de una y más de dos proposiciones locuelas (pero de gran sentido común) que he venido haciendo en este año de columnas las han llevado a la práctica: eso sí, sin reconocer la procedencia de la idea, que para eso los políticos son políticos.
Cincuenta y dos artículos. Cincuenta y dos semanitas. Un año. Se dice pronto. Esta noche celebramos el primer aniversario de La Voz, ese periódico joven donde uno tiene ya incluso amigos.
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Categorías: La Voz de Cadiz