Que sí, que ya lo sabía. Que no, que no me he caído de un guindo. Que servidor de ustedes, como cualquiera de ustedes, tiene problemas para llegar a fin de mes, y a veces, hasta fin de semana... el primer fin de semana de mes. Y que debe un potosí a los bancos, y que de las cuatro reglas que aprendió en el cole (las raíces cuadradas y demás se me atragantaron siempre) sólo viene a utilizar la de la resta: uno cobra tanto al mes (ni sé lo que gano), y a partir de ahí todo va cuesta abajo cuesta abajo, hasta que empiezan a sonar las alarmas de las cajas de ahorro y las tarjetas se me esconden entre carnés de identidad y fotos de los niños.
Pero oigan, que uno ponga la tele a primera hora de la mañana, para ver qué ha pasado en el mundo y sobre todo, como bien dice mi buen amigo José Manuel Benítez Ariza (pedazo de escritor, ¿saben?), para enterarse de a qué has sobrevivido, y te plantan entre catástrofe y hecatombe una ristra de anuncios, a las ocho y cuarto de la mañana... y ocho, oigan, ocho empresas distintas hay, que yo contara, dedicadas a ofrecer créditos maravillosos en veintincuatro horas y cuentas naranjas y sin intermediarios y todo lo posible para irte de viaje, arreglarte los piños o pagar los libros de los niños en el cole.
Dicen que la crisis se nota cuando crece el sector servicios, ¿no era así? Pues no me quiero ni imaginar lo malita que está la cosa si en vez de lavadoras, detergentes, coches que son todos iguales y ahora parecen anuncios de películas de terror, la publicidad que invade las teles es la de señores que nos venden, ni por uno ni por dos ni por tres, señora, el crédito al instante que nos vendrá a sacar, en veinticuatro horas, de puro pobres... posiblemente para sólo otras veinticuatro horas, mismamente.
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