Todo esto lo habíamos visto ya, pero en el cine. Todo lo habíamos leído ya, pero en los cómics y las novelas de ciencia-ficción. Debe ser que la vida imita a la fantasía o, más sencillo, que el futuro nos ha alcanzado y nos adelanta por la derecha. Me refiero, claro, a la catástrofe que hace que Nueva Orleáns se desangre y se corrompa y uno contemple, estupefacto, cómo una sociedad en apariencia civilizada, a la que tanto imitamos porque queramos o no es nuestra guía, se convierte de pronto en un mundo sin ley.
Se nos va la luz y no somos nadie. La naturaleza se desata y nos convertimos en poco más que bestias aterrorizadas en la boca de la cueva. Cuando el desastre asola el tercer mundo, decimos condescendientes aquellos de “pobrecillos”, pero cuando ataca las bases del primer mundo (o la realidad que sustenta al primer mundo, entiéndanme ustedes bien), la sensación que a uno le queda es que están, y estamos, completamente indefensos y desatendidos.
Lo de menos es el huracán, el tsunami o el tifón, que la naturaleza nos devuelva la pelota, centuplicada, de las barrabasadas que entre todos (sí, usted y yo también, señora mía) le hacemos. Pero asusta pensar que nadie está a salvo ya de nada, y que a la locura desatada de ese mundo que empezó hace ayer cuatro años, con las Torres Gemelas, se le viene sumando, como si fuéramos víctimas de una maldición de esas que luego venden muchos best-sellers ocultistas, el caos que cada dos por tres nos asoma a los televisores y la prensa. De un tiempo a esta parte, parece que nos ha tocado, como al mexicano protagonista de “Perdidos”, la lotería de la mala suerte.
Y entonces todo el entramado social sobre el que nos movemos se nos descuajaringa a ojos vistas. Uno ve las patrullas de policías y guardia nacional ametrallando insurrectos (¿son otra cosa?) en las calles inundadas de la vieja capital del jazz y se pregunta por qué se llega a esos extremos, y qué hace falta, cuál es la excusa, si la hay, para que gente que está al borde de la inanición, la enfermedad y la muerte decida recurrir a las ametralladoras. Si los grupos americanos que están en contra de la libre venta de armamento tienen motivos para exigir una regulación, ahora es el mejor momento. Y los que están a favor de no coartar el derecho de cada cual a defenderse, paradójicamente, usarán el mismo ejemplo para reforzar sus creencias.
Catástrofes de este tipo, en el fondo, no hacen sino dejar en evidencia que el estado es frágil y está sometido a empujones de un lado y de otro, y que cuando no puede garantizar la seguridad de las personas, cada uno tira por su lado y se defiende como puede, y a costa de quien sea. La ley del lejano oeste, me dirán ustedes. Tal vez. No debió ser muy distinto cuando el imperio romano se fue a hacer gárgaras y durante mil años imperó la Edad Media. Se publicaba hace unos días que se prevé que dentro de diez o quince años, entre otros cambios sociales, llegará la privatización de la policía. Es decir, se reconocerá que en el caos que vivimos no habrá recursos, ni materiales ni económicos, para proteger a los ciudadanos. Eso, evidentemente, llevará a replantearse las leyes, esas que no existen en Nueva Orleáns porque nadie está a salvo del vecino, ni de sí mismo.
No sé cuánto tardará en volver la apariencia de normalidad, cuántas inyecciones de dólares harán falta para hacer como si allí no hubiera pasado nada… hasta que pase en otro sitio. La duda que me queda de todo esto es si alguna vez, ellos allá y nosotros acá, tendremos claro cómo se reacciona en casos de emergencia de este tipo, cómo se controla un caos de hambre e histeria cuando los servicios de socorro están maniatados y llegan demasiado tarde o no llegan nunca, y cómo se estudia y se planifican acciones de evacuación y de ayuda. Perdonen que les amargue la mañana, pero sin irnos más lejos piensen en todos los coches que cada día entran en Cádiz si, en una cuestión de emergencia de este calibre (o de cualquier otro) tuvieran que salir pitando por la carretera a San Fernando y por ese cuello de botella perpetuo que es el puente, y multiplíquenlo por toda aquella gente que no tiene vehículo propio y que quiere con toda la razón del mundo salvar su vida, porque es suya.
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