2005-09-11

600. NOCTURNO

Nocturno
Ese volver a casa en soledad: arrastrará los pies con nostalgia de humano muerto y para entonces ya habrá dejado de sorprenderse de que el ascensor no funcione, porque no quedará una pizca de impulso que acumular en todo el barrio. Un olor a orines rancios se filtrará desde el exterior y traerá consigo la parada en el rellano donde habrá de tomar aire: acudirá el esfuerzo de cada noche por vencer el vómito, la fatiga de reemprender el paso. Doce escalones más y por fin el piso señalado, su apartamento. David Lemming, antiguo metalúrgico, sin profesión determinada, dejará correr un minuto de dubitación antes de pulsar la clave, dígitos de música sin contenido que Susan escogió en un arrebato infantil. Luego, la espera apoyado en una pared que tiñe, ese cerrar de ojos espantados de recuerdos. La puerta rozará el suelo al descorrerse con prestancia una cuchilla y permitirá entrever un abismo de oscuridad, el hueco que en otro tiempo él llamó su casa. Un paso al frente. Otros dos y ya estará dentro. Entonces, la indecisión. Sus ojos no mirarán la oscuridad conocida de memoria, intentarán permanecer cerrados. El clic de todas las madrugadas y a trompicones se hará la luz, se romperá el silencio. David Lemming abrirá los ojos, reticente al espectáculo de sobras aprendido. Involuntariamente, la vista mandará impulsos a su cerebro, y éste reaccionará, calibrará datos, le hará sentir angustia y odio. La lámpara goteará desde lo alto luces capaces de prestar un tizne de tiempo al cubículo, resaltará el hecho de su forma y su volumen. No quedará elección posible, los ojos deberán continuar abiertos, los pulmones no aguantarán más segundos sin recibir aire. Él aflojará los músculos y se soltará lentamente los botones de la camisa, los zapatos. Habrá como todas las noches una capa de mugre en el suelo, un sin fin de platos sucios amontonados sin orden en la cocina. . Será incapaz de poner el lavavajillas en marcha, jamás había entendido un ardite de las cosas de la casa, ellos solían bromear a su costa, en otro tiempo. Un vaso bien cargado de alcohol tal vez le sentara de maravilla (o al menos esa idea pasará por su cabeza), pero en su despensa poco provista apenas contará con otra cosa que agua saturada de cloro de mala calidad, y aun así debería agradecer que en esta época del año todavía no esté sufriendo restricciones. Cansado, tomará asiento con gesto mustio y clavará sus dos ojos en las arrugas de la pared, sin parpadear, no viendo sino un muro gris y la presencia del zócalo blanco. Una sinfonía de latidos se concentrará en su cerebro, no habrá armonía en aquel ritmo que combatan sus oídos. David Lemming contemplará por fin entonces la habitación, conociendo el destino final donde vendrá a clavar la mirada, y habrá un dolor morboso en ese su movimiento de cabeza al recorrer en rumbo norte-sur la cal de las paredes, los cuadros kistch, el puñado de libros que jamás habrá de volver a abrir ni de leer, esos cadáveres de flores marchitas que Susan dejó prendidas de un vaso en el momento de partir, y después, orientado en este-oeste, las cortinas que ya nunca verán cumplido el sueño de su reemplazo por otras de apariencia menos vulgar, la media docena de sillas huérfanas del contacto de otras manos, las fotografías a todo color donde continuarán sonriendo en su inocencia los espectros papel kodak de Susan y los niños. El corazón de David Lemming sangrará más despacio cuando alcance finalmente la meta que sin desear se habrá propuesto, esa reliquia donde habrá de vaciar sus ojos hasta que amanezca. La notificación estará gastada, comido por el tiempo el color de su cartón azul, pero permitirá todavía descifrar de un modo inteligible el mensaje de todas las noches, esas palabras que él se complace en leer una y otra vez aunque las conoce de memoria desde hace años: Lamentamos profundamente comunicarle que su esposa y sus dos hijos han sido designados para formar parte del proceso de eliminación del presente mes. A ello nos obligan su pobreza de recursos y la imposibilidad de afrontar con el simple fruto de sus subsidios de desempleo los gastos alimenticios y energéticos que su existencia confiere a la nación, dado el problema de superpoblación que nos acosa. Los elegidos deberán presentarse mañana a primera hora en las oficinas del Departamento de Eliminación más cercano etcétera etcétera etcétera etcétera. David Lemming continuará fijo en las letras y los símbolos y no variará la vista aunque los minutos corran y el suministro de la batería descargue su pobre reserva de luz artificial y lo deje a oscuras en la soledad de la vivienda. Y mientras tanto abajo, en las calles, las ratas verán de roer los últimos pedazos de algún resto de comida y el silencio de sus huesos al batir se elevará sobre las casas como una lluvia de medio invierno y llegará a los oídos del hombre empeñado en repetirse a sí mismo, y como viene siendo regla fija la noche parecerá tornarse eterna y se prolongará hasta que finalmente el sol levante su anillo de sombras e interrumpa este celo y advierta la llegada de un nuevo día en el que acumular otra inhumana brizna de cansancio.

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Comentarios

1
De: RM Fecha: 2005-09-11 09:32

Otro relato antiquísimo. Creo que del año 80. Se publicó en MASER, si mal no recuerdo.



2
De: Ojo de Halcón Fecha: 2005-09-11 09:40

Coño Rafa, que mal cuerpo me has dejado.



3
De: Algernon Fecha: 2005-09-11 10:45

Vaya, que interesante uso del futuro indicativo para explicar un pasado/presente potencial. Me lo anoto oye, que uno debe mejorar su estilo :-P



4
De: V. Fecha: 2005-09-11 10:49

¿Así que Lemming, eh? Jejeje...



5
De: RM Fecha: 2005-09-11 11:02

Y David, no te olvides del David.



6
De: emi Fecha: 2005-09-11 20:50

decian una peli de lynch con una oreja de escorzo contextual que el mundo era siempre extraño, pero no imagino un sin-asombro en el devenir