Dice el tango, con más razón que un santo, aquello de que veinte años no son nada. Y tanto, como que para lo que quiero referirles sólo han pasado diecinueve. Nada menos. Y es que hace diecinueve añitos (y dos meses) que dejé de ver a un montón de personas. Y me volví ayer a reunir con ellas.
Fueron el primer curso de COU al que le di clase, cuando yo era un pipiolo, en el año escolar 85-86. En teoría, cuando cumplan veinticinco años de su salida del colegio, volverán a reunirse allí los que puedan, pero la sana impaciencia de alguno de ellos y la aplicación de la inmediatez que proporciona esto de internet, hizo que anoche se pudiera reunir casi la mitad de todos los chavales (de entonces), con una decena de los profes que entonces los conocimos.
Desconocidos ya casi todos, entre sí y para nosotros, ay. Los que eran chavales de diecisiete o dieciocho años hoy son pre-cuarentones a los que, mientras nosotros no mirábamos, les ha pasado también la vida por encima. Hoy los esbeltos ya crían michelines, los melenudos andan calvos, las bellas del lugar siguen siendo bellas (quien tuvo retuvo), pero ya no se distinguen, ni unos ni otros, de unos profesores que les sacamos solamente nueve o diez años de edad en algún caso. Fue un encuentro agridulce, en tanto sólo tenemos ya en común un puñado de recuerdos que se borran con el tiempo: rostros levemente familiares, nombres olvidados, experiencias comunes que de pronto parecen importantísimas y que en realidad teníamos arrinconadas en algún sitio apartado de nuestro día a día. No llegué a preguntarle a la mayoría (eran tantos), a qué se dedican ahora, si están casados, solteros, separados o viudos, cuántos hijos tienen, dónde viven. Como buenos profesores, nosotros sabíamos que no eramos los importantes de la reunión, y que ese tipo de conversaciones eran cosa de ellos.
Por encima del momento, la tristeza de ver cómo son poquísimos los que viven todavía en Cádiz, la explicación de que apenas los hayamos vuelto a ver en cuanto abrieron las alas y emprendieron el vuelo. Aquellos chavales de entonces hoy viven en toda la geografía española, desde El Puerto de Santa María, que está aquí al lado, hasta Santander, que nos coge un poco en el quinto pino.
Intercambiamos sonrisas, nos vimos tal como fuimos en un puñado de fotos desleídas, y nos fotografiamos otra vez para la posteridad, a ver si cuando nos volvamos a ver, quizá dentro de otros seis años, hemos cambiado tanto como habíamos cambiado desde que no nos veíamos.
Jose Antonio, sabes que todos te debemos una muy grande. Gracias por el buen rato.
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