Recién terminado de visionar el último capítulo de la primera temporada de Perdidos, poco que añadir a lo ya comentado por aquí mismo hace unos meses. Como era previsible, nada que nos aclare ni una sola pista sobre lo que ocurre de verdad en la dichosa isla. O sea, la maniobra dilatoria tan dada en las series de televisión al uso, desde las históricas El Fugitivo o Tierra de gigantes hasta... ¿hasta que llegó Joss Whedon?
Entiéndanme ustedes: a mí Perdidos me encanta, pero noto perfectamente que se están quedando conmigo. Les veo la baraja de cartas en la bocamanga, como si dijéramos. Hay un par de ideas base y se olvidan o se conjugan según les venga en gana esa semana, y una pierde protagonismo con respecto a la otra según soplen los vientos o aspiren los polvos los guionistas, a ver si me explico: cuando todos lo que queremos es saber de una vez qué puñetas pasa en la isla de las narices, nos meten episodios sobre el pasado de los personajes; y cuando estamos locos por saber detalles del pasado de los personajes, se vuelve a la situación de irrealidad de la isla.
Vistos los veintitantos episodios de la temporada (y a la espera de revisarla de nuevo a partir de dentro de dos semanas, que la repondrán en Fox, o de darle un visionado en DVD, que se anuncia para diciembre), uno no tiene por menos que aceptar que, sí, la serie tiene una factura excelente, con buenas interpretaciones y personajes sólidos en su mayoría (a mí me siguen cargando el papá y el niño repipi, la embarazadita mona y la pareja de hermanos-en-pecado-pero-menos). Pero también acepta (y hasta acata) que es muy posible que ni los productores ni los guionistas sepan por dónde están las peteneras que los ayuden a salir del lío. Más o menos, salvando las distancias, lo que decíamos respecto a la continuación de 2001: Una odisea del espacio. Arthur C. Clarke tardó tantísimo tiempo en escribir una secuela que tuvo tiempo de leerse todas las especulaciones habidas y por haber sobre el monolito y, luego, decidir la que no había imaginado nadie (o lo mismo la que sí, vaya usted a saber).
Los misterios se acumulan y me temo que de momento se solapan. Tirar hacia atrás en segunda ronda al mostrar los pasados de los personajes, me parece, quita un tanto el misterio a la isla (que tiene un mucho de Krakoa, y los seguidores de X-Men sabrán a qué me refiero), en tanto todos parecían predestinados a encontrarla y, caso del niño o del propio Hurley, con claros momentos paranormales que, insisto, tal vez diluyan un poco el misterio.
Porque, verán ustedes, uno recuerda los muchos referentes que tiene esta serie, las pistas que van dando con cuentagotas (y que, como buenas pistas, conducirán a callejones sin salida), los giros en falso ("Locke es Dios", le dije a mi hijo allá por el segundo o el tercer capítulo... y luego nos salen con el cuento de su concepción inmaculada y el timo de la estampita que le pega su padre), y por más que sigo los episodios me viene cada vez más a la memoria Planeta Prohibido: los monstruos de la isla del doctor Morbius que tan bien ponía a la época La Tempestad del inevitable William Shakespeare se explicaban como frutos del id del papá edípico, y de momento la explicación que más me cuadra en todo esto es, precisamente, esa: se ha reunido una zeitgeist de personajes, atraídos o no por la isla, y en la isla se enfrentan a sus miedos y sus aspiraciones, y depende de cómo sean capaces de controlar esos estímulos se redimen o hacen el berzas. Ahí tienen ustedes el caso de Locke, convenientemente impedido en el momento crucial del encuentro con la avioneta, o la tentación en forma de virgen hueca rellenita de droga que acaba de llevarse Charlie en el macuto.
Por lo demás, a mí me sigue intrigando cómo perdió Locke el uso de las piernas, cómo Yin es incapaz de haber aprendido una sola palabra de inglés en su puñetera vida, cuando cualquier emigrante de los que llegan en patera lo chapurrea mejor que muchos de mis alumnos, y sobre todo qué significado tiene (en la ficción, me explico) ese extraño tatuaje que lleva Jack en el brazo, donde con pictogramas orientales vemos un número 5 y una especie de pirámide que parece un símbolo masónico... y a menos que nos salgan ahora con que Jack se fue de voluntario a los boinas verdes antes de ejercer la medicina, el tatuaje pega muy poco con el personaje que estamos viendo. O sea, sí, que me queda la duda de si es el actor quien tiene tan poco gusto decorándose el cuerpo o si es una pista que está ahí, a las claras, desde el principio y nosotros sin enterarnos.
Algo decepcionante la aparición de "los otros", en tanto no parecen muertos vivientes sino palurdos tan desesperados como Delenn (perdón, quería decir Danielle Rousseau), uno sigue esperando que la serie se decante de una vez por todas hacia el fantástico que esquiva de continuo, como si le diera algo de vergüenza reconocer que los de Expediente X pueden aparecer con un helicóptero al rescate cuando menos se los espere nadie.
En fin, esperemos que no haya que esperar un año a que podamos ver por aquí la segunda temporada ("Lost: The Journey", veo que se llama). Me permiten, plis, que acabe con una crueldad, y les recuerdo que la serie me engancha y me encanta, pero había más ideas geniales presentadas y consumidas en el último tercio de la última temporada de Angel que en los 25 episodios de Lost. Y es que a veces es un error, en la tele, tener miedo de lanzarse al agua.
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