Míralo tú, Manolín el Bizco, que se libró de la mili porque tenía los pies planos y ahora le faltaba tiempo pa ponerse a acotar la zona de la playa donde to los añitos los colegas se montaban la barbacoa; desde las ocho de la mañana, el tío allí clavao, como pa echarle cojone, pa luego pasarse to la noche hecho un poleá, con la media insolación, el nota. Y Agustín Castilleja, que era soldador en el dique y no freía un huevo en la vida pero llegando el Trofeo se ponía el delantal y hasta el gorrito de cocinero y se dedicaba venga a asá filetitos y sardinas, un máquina, y su mujer mirando rempompeá en la silla de la playa y disfrutando, aro, que un día es un día. Y Paco el Cabesa, que llevaba ya tres medias docenas de tintos con casera en to lo arto y ya amenazaba con darle un repaso a las obras completas de Paco Alba, Antoñito Martín y Pedro Romero, con aquella voz que tenía que daban ganas de comprarle un pistolín de los fuertes, a ver si se quedaba mudo un rato.
Un arte, quillo, las barbacoas. Aunque a Torre le gustaban más como eran antes, cuando vivía el difunto Pepito Fiestas que se murió, cagonsustampa, tal noche como hoy, el año del eclipse, que esto parecía ahora un campo de refugiaos, y ya lo que faltaban eran las cagadas de caballo de la poli que patrullaba pa que la cosa no se desmandase, que se desmandaba seguro, desde aquellos niños pijos que a las nueve y cuarto ya estaban pasaos de grifa y se empeñaban en hacer una pizza congelá en el campingá, a la parejita que se había puesto a las once las dos toallas por encima y vámonos que nos vamos, allí fue medio Cadi con la jumera, con lo bonito que era en otros tiempos que estaban solos los amigos y toda la playa oscura, y na más que tu barbacoa y tu sangría con canela pa poner a punto al personal femenino (una mentira como otra cualquiera, pero ilusión hacía un mazo), y no ahora, que estaba to tan empetao que no sabías si te estabas comiendo tu filetito o el del gachón de al lao.
Y lo molesto que era el viento, que ese no faltaba nunca una noche de barbacoa, ni que fuera socio supernumerario el sieso. Al final, Torre no sabía si le lloraban los ojos por la medio tajá, porque se le había metío dentro un grano de arena del tamaño de la piedra barco, o por el humo de poblado cheroki que atufaba tol paseo marítimo. La mare que trajo al viento, que no paraba, y venga a volar sombrillas y la gente dando cambayás con las tansas que ponían en el suelo para delimitar el partidito, y tos saludándose camino del agua, que es donde se hace mejor pipí en la playa, tehquí ya iba nadie a atravesar esa marea de carne pa buscar un servicio donde te iba a llegar el líquido a los tobillos, anda.
Tuvo que ser el viento, sus castas toas, que parecía primo del huracán ese que salía en lo de los videos de primera, el que se llevaba volando a las vacas. Pero aquí no se llevó vaca ninguna, sino una sombrilla de pepsicola de propaganda, con tan mala suerte que la sombrilla se estampó en la plancha donde estaban asando los choricitos que le quedaban a la cocinera y no fueron to pa ti to pa ti to pa ti, sino para todos-todos, como decía el muñeco, porque la sombrilla prendió, se quedó manchada entera de un chorreón de colorao de pringue y otro chorreón de amarillo de llamas, que pareció de pronto la bandera España, y cuando ya se lanzaban tres o cuatro en plan bien Armando bien picha pa detenerla, otra racha de viento y otra vez la sombrilla al carajo pipa, dando volteretas. Y ni que fuera la peli aquella que estaban echando en cine, sentrañas mías, la del nota que volaba convertío en un cerillo con piernas y el titi que se estiraba como el de los chicles, iín, del tirón estampó la sombrilla con otra sombrilla, y las dos salieron ardiendo, y la gente, en la bulla por quitarse de en medio, que aquello quemaba tela, empezó a tropezarse unas con otras y a dar chillíos que ni que estuvieran en el gallinero del Falla, y alguien al irse de boca a la arena derribó un campingá que fue caer justo justito encima de la llama de los choricitos que ya no quedaban, y pegó aquello un petardazo que se escuchó en Puntale, quillo, lo que yo te diga.
Y ya aquello parecía una película de catástrofes, ira, la gente corriendo de acá pallá, los niños chicos acojonaos perdíos, las marías intentando sin fuerzas y con la media melopea levantarse de las sillitas, y a la explosión del primer campingá, por simpatía, qué gracia, ome, el segundo campingá que se unió a la traca, y después el tercero, y ya allí no hubo ni fuegos artificiales ni policía a caballo ni atentao terrorista, picha, que se bastaba el viento y dos mil quinientos bombonas de butano chiquetitas para que aquello fuera Troya. La leche que mamó el demonio, la gente echó a correr pal paseo marítimo, arrollándolo todo a su paso como si en La Marea hubieran empezao a vender langostinos en rebajas, y por más que uno intentara guardar la calma y mantenerse al margen de las llamas, que no había manera, cónchiles, que allí no se entendía ya nadie y el único que intentaba hacer algo era Paco el Cabesa, que era hermano manigueta de su cofradía y se puso así como el cura de la Guerra de los Mundos (pero la peli antigua, no la de ahora, que era más buena) con la cadena de plata de la Virgen bajo palio a ver si detenía la tromba de michelines y camisetas que se le venía encima, ni que se creyera el nota el párroco de la Palma cuando lo del maremoto. Y qué va a detener, estampao lo dejaron en el suelo, como al Coyote de los dibujos animados, to quisqui flechao parriba y derribando los puestos de los moros y pegándose en los morros con el hormigón de los poyetes, y hasta hubo quien se quedó ensartao como un pinchito en aquellas estatuas tan raras que habían puesto en el paseo marítimo, que parecía que las habían hecho en Vigorito, no vea cómo estaban de óxido. Y por detrás, el barco en alta mar preguntándose quién carajo había empezao ya con los cohetes, sin darse cuenta de que aquello ni eran cohetes ni nada, sino la catástrofe, pumba, pumba.
A Torre lo despertó un cosquilleo en los pinreles, y es que estaban limpiando porque ya era de día. Menos mal que no era una máquina de esas que se lo llevan to palante, incluido a las turistas, como se había enterao que había pasao en una playa de Almería, sino un nota mu litri que fumaba en pipa, con un mono de UTE que más parecía de propaganda de las Brigadas Amarillas, que recogía bolsas negras llenas de basura. No había un alma en la playa, como que se habían ido todos a dormirla a su casas, dejando eso sí un pestazo a urinario o a Troy en to la arena que no se lo saltaba nadie.
Qué pesadilla más desagradable, picha. Lo malo que era haber nacío el mismo día de la explosión, que eso te deja marcao pa to la vía, y peor todavía rebujar sin control con el cachondeíto de las barbacoas. Y los amiguetes, joé, que se habían guasnajao sin darse cuenta de que lo dejaban allí tirao, durmiendo la mona, a pique de que subiera la marea y lo ahogara.
Qué pesadilla más tonta, joé, y qué real le parecía todavía, menudo susto. Menos mal que en Cadi, y en las barbacoas de agosto, estas cosas no pueden pasar de ninguna de las maneras, ome, que si no ya, lo que faltaba.
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Categorías: Historias de Torre