Me perdonan ustedes que insista, a toro pasado, sobre lo mismo. Pero si no andan aún dormidos pueden pasarse ahora mismito por la playa y ver qué queda todavía de la noche larga de humo y barbacoas del sábado, a ver si es cierto o no que está limpísimo y escamondao ya todo desde ayer domingo al mediodía, que seguro que no lo está, porque no lo está del todo ningún año, y siempre quedan (y además en puntos centrales) las bolsas negras de basuras, que a medida que va calentando el sol empiezan a emitir efluvios nada, pero que nada saludables. Y no hablemos de los otros olores a residuos líquidos (y no tan líquidos) humanos, los restos de colillas, pavas, carbones, preservativos y lo que se tercie, que seguro que siempre algo se tercia. Digan lo que digan los que nunca pisan la playa y nos mandan, la playa el domingo está hecha un asco y da penita verla y olerla. Y lo malo es que sigue estándolo, en ocasiones, hasta bien entrada la semana. O será que la pituitaria se acostumbra rápido.
Me gustaría saber quién fue la inteligencia suprema que decidió que no, que un par de barbacoas dispersas por la playa a lo largo de todo el verano eran malísimo, que no se podía encender fuego en la arena, faltaba más, y que para contentar el supuesto clamor popular (que hace diez años no había y que ahora parece que ya sí), ala, todas las barbacoas del mundo mundial al mismo día y a la misma hora, para celebrar un Trofeo que ya no es lo que era y que, para más inri, se mueve más en el calendario que las fechas de Carnaval. O sea, dicho más claro: una barbacoa privada era peligroso, una barbacoa a pelú es la mar de sano, viva el jolgorio y la alegría de Cadi, qué cosa más grande, hijo. A ver si salimos guapos en el libro Guiness (o el Cruzcampo) de los récords. La barbaridad de las barbacoas.
Lo de menos, me parece, es que haya algún gracioso que renueve el mobiliario y se deshaga de los trastos viejos (culpa entonces de sí mismo y del ayuntamiento, que no hace suficiente publicidad de que, llamando a un numerito, amablemente vienen a recogértelo todo a casa en un par de días, y además gratis), lo de más es que se pierde por completo cualquier atisbo de autoridad moral que pudiéramos tener todos (y obsérvese, por favor, que escribo “todos”) cuando condenamos esa cosa tan horrible a la que se dedican nuestros jóvenes: el botellón. Porque la barbacoa es, ni más ni menos, que eso, el megabotellón de los mayores, o de toda la familia, la noche en que se pierde la compostura y nos importa un bledo que luego la playa quede hecha una calcomanía y ya no se recupere en lo que queda de verano. E, insisto, ya no se recupera. Lo mismo que hay un turista de julio y un turista de agosto, y su presencia se nota, hay un antes y un después de las barbacoas, y ni la arena, ni las instalaciones, ni el disfrute de la playa son ya lo mismo.
Por una noche, todos nos convertimos en émulos en bermudas de esos indigentes que hacen lo que le sale de allí mismo en las noches de Carnaval y a quienes tanto criticamos con razón y con asco. Pero no importa. Es un clamor popular. Inducido, pero popular ya. A ver quién le pone el cascabel al gato, a ver quién es el guapo que rectifica y comprende que estamos potenciando lo cutrón, lo chabacano, y que sólo lo lamentaremos el día que pase alguna desgracia gorda (siempre hace viento la noche de las barbacoas y sólo si viven ustedes cerquita del Puerta del Mar podrán escuchar la cantidad de ambulancias que esa noche pasan). Las barbacoas fueron un acto populista y, como tal, siguen siendo una fuente de votos. Dar marcha atrás supone, seguro, quedar como el culo. Es más fácil y más cómodo jugar con lo que nos ha prestado la naturaleza para nuestro presente y nuestro futuro (o sea, la playa) y dejarla que da pena verla hasta la próxima vez que tengamos que pagar todos una inyección de arena.
Y mira que este año lo tenían fácil, o lo tienen ya fácil para el futuro. Después del reciente decreto ley sobre fuegos y barbacoas en todo el país, no hay más que echarle la culpa de la suspensión sine die de la ¿fiesta? al malvado Zetapé, como en todo.
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