Les comentaba así como de pasada hace unos días, con retranca y recochineo pero también con un poquito de pesar, si era yo el único que estaba disfrutando con la edición en español de un título capital en la historia de la historieta: Terry y los piratas. Y cuando decía disfrutar, por no poner las comillas directamente por escrito, me gustaría que me imaginaran ustedes haciendo el gesto con las manos, clac, clac, para que se entienda, eso, que hablaba de forma retórica y/o figurada. Con doble sentido, vaya. O con triple.
Porque, verán ustedes, la edición en español que hace Planeta de Agostini no es que sea muy allá. Es que es espantosa directamente; no sé, como si de pronto se publicara el Quijote sin puntos ni comas o sin vocales, a ver si me entienden. Pero nos encontramos, insisto, no ante un "clásico" (palabra desprestigiada en el medio a fuerza de repetirla machaconamente cada vez que alguien nos quiere pasar ante las narices sus nostalgias), sino, sencillamente, un título básico. Un título capital. Un título de los que hacen historia. Una obra maestra con todas las letras y todos los dibujos. Así de sencillo, oigan, y sin exagerar ni una pizquita. Me dicen a mí en los años setenta (que fue cuando empecé a interesarme no ya en los cómics, sino en los cómics que habían existido antes de que existiera yo, y aquí hay otro retintín, por si alguien lo entiende) que me iban a publicar Terry y los piratas en cristiano y, lo aseguro, es que no duermo en semanas, como aquel viejo chiste de Carlos Giménez. Pero me temo que, visto lo visto y leído lo poco que nos dejan por leer ahora, la edición de este tebeo está pasando absolutamente desapercibida. Lástima.
Unos lo confunden con un tebeo infantil. Otros, que bueno, no es para tanto. Hay quien dice que el dibujo ni fu ni fa, que no les convence. Otros no saben si leer antes el número uno o el número especial, que incluye las dominicales antes de que éstas se enlazaran ya para siempre con las tiras diarias. Y hay quien dice que ya esperará a que se ponga interesante, como si luego fueran capaces de enterarse de lo que pasa. Y otros se quejan de que es un tebeo antiguo que no epata ni dice tacos. O sea, que no mola. Y que los chinos son también muy feos, no te jode.
Las series-río son de arranque lento. Y las novelas gordas. Y Terry lo es, en los dos sentidos. Una aventura que empieza con cierto tono caricaturesco (¿qué edad tenía entonces Milton Caniff, veinte años?) y que luego va creciendo y complicándose, a la vez que se convierte en un desfile maravilloso de secundarios, de femme fatales y de personajes que ya no parecen personajes de cómic, sino reflejos de la aventura por la aventura y de la vida real. Con esta serie asistimos a un proceso de madurez, del Terry que es una sombra de su mentor, Pat Ryan, al Terry que acaba pilotando aviones en la Segunda Guerra Mundial. La historia atropella a la historieta, la realidad se hace con las riendas de la ficción, y de esa China de mentira y personajes que bordean la caricatura se pasa a una China real que sufre la amenaza de la invasión japonesa y a unos personajes que, enredados en la trama de sus andanzas y enredados también en los vaivenes de la historia contemporánea, van reflejando (en ocasiones antes de tiempo) la campaña bélica en Oriente, la intervención norteamericana, eso que luego se ha llamado "el esfuerzo de guerra". Cuentan que Caniff recibió la visita sorprendida de los agentes del FBI del momento, porque no comprendían cómo era capaz de anticipar lo que iba a pasar en la guerra (estudio y capacidad de deducción, dijo el artista), y que a partir de entonces llegaron a un trato: una especie de censura previa a cambio de información privilegiada y documentación gráfica. De esa alianza entre el ejército americano y el dibujante salieron series como Male Call (un divertimento machista dedicado a los chavales que se jugaban la vida en el frente, protagonizado primero por Burma y luego por Miss Lace), y ya en la postguerra ese alegato anti-comunista llamado Steve Canyon (y que a mí, personalmente, no me gusta nada).
Terry y los piratas tiene mucho de muchas cosas que hemos visto luego: Indiana Jones no desentonaría allí en medio. Las mujeres fatales, Burma y Dragon Lady (¿a quién se le ha ocurrido traducirlo por "Dama Dragón", a la misma editorial que dejaba "Iron Man" o "Hulk"?) se quedan clavadas para siempre en el recuerdo, porque son más fuertes que los hombres y tienen unos principios mucho más sólidos que estos. Dicen que Caniff (que entonces no era el ultraderechista republicano en que se convirtió más adelante, en otras series, llegada la postguerra) se basó en Dolores Ibarruri para esas viñetas donde Dragon Lady (antigua pirata y convertida, por azares de la contienda, en patriota) arenga a sus hombres contra el ejército japonés.
Hay grandes alegrías y grandes momentos de tensión, hermosos alegatos a la amistad y al compañerismo y al deber (la ilustración que acompaña este artículo, plancha dominical histórica, se leyó en el Congreso de los Estados Unidos, porque dejaba clarísimo en una docena de viñetas por qué la guerra, por qué la lucha, dónde estaba la responsabilidad de todos: díganme ustedes qué historieta consigue hoy eso). Y, sobre todo, la manera en que Caniff barre con su pincel, las masas de sombras y luces compensadas, cómo el impresionismo gráfico nos envuelve como si en efecto todo formara parte de una estética oriental. No hay que esperar dos o tres números para disfrutar de este gran tebeo: basta mirar cómo, desde el principio, Caniff coloca a sus personajes dentro de cada viñeta, el grupo pictórico que es casi escultural en su plasmación gráfica.
En fin, que me parece que nos lo estamos perdiendo. Ya dijimos por aquí, hace algunos meses, cuál habría sido la manera ideal de publicar este título (como comenzó a hacer Kitchen Sink antes de que se fueran por el desagüe, lástima). El formato diminuto escogido, lo poco atractivo de su hechura, una novedad más entre miles de novedades de colorines, le juegan a la contra. Y es una lástima. Una gran ocasión perdida para presentar, con todas las de la ley y toda la calidad que se merece, un título de títulos. No sé ustedes, pero quién sabe cuándo nos podrá caer encima la fortuna de volver a disfrutar de este clásico. Yo al menos pienso hacer la abstracción de lo fea que es la edición y seguir adelante, aunque ya la tengo en inglés desde hace diez años.
Porque, verán, una cosa tengo muy clara. Si tuviera que elegir sólo tres títulos en la historia de la historieta, me costaría mucho trabajo decidirme por el tercero...
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