Me perdonan ustedes que haga leña del árbol caído, pero uno es en el fondo como el Corto Maltés: ni quiero ser un héroe ni pretendo ser guía espiritual de nadie. Uno está aquí porque le divierte, y porque se entretiene, y porque le gusta leer los comentarios de la gente, que le enriquecen no saben cuánto, y porque quieras que no llevar adelante una bitácora, un blog, un periódico-de-uno-mismo o lo que demontres sea esto del fondo azul le obliga a una disciplina en esto de escribir, y de pensar. Pero, lo digo siempre, no tengo dioses, ni aspiro a ocupar panteones para nadie.
No pretendo, ni se me pasa por la imaginación, ilusionar o decepcionar a ninguno. Lo siento en el alma. No voy de eso. Y, lo he dicho otras veces, tampoco voy a cortarme un pelo diciendo que me gusta lo que me gusta y no me gusta lo que no me mola.
Nadie caga esencia. Ni siquiera Stan Lee. Ni Jack Kirby. Ni Alan Moore. Ni Grant Morrison. Ni Stephen King. Ni Francisco Umbral. Ni Mario Vargas Llosa. Ni John Dos Passos. Ni John Ronald Reuel Tolkien. Ni monseñor Escrivá de Balaguer. Ni Su Santidad Razinger. Ni los ex del PP. Ni el malvado Zetapé. Nadie.
Y por eso mismo, porque cada cual baja las escaleras como quiere y si no siempre se puede usar el ascensor, o quedarse en casa, o tirarse por los peldaños abajo como si fuera Calvin, me choca que haya quien se mosquee porque otro piense de otra forma o tenga otros gustos o, simplemente, exprese una opinión. Se lo digo mucho a mi hijo mayor, una de las dos únicas personas en el mundo cuya educación sí que me quita el sueño: "No te enfades porque la gente sea tonta. Es su problema, no el tuyo. Y a lo mejor resulta que el tonto eres tú".
Pues lo dicho. Aquí seguimos. Recordando al conde: "Enter freely and on your own will and leave something of the happiness you bring". Pero no se me enojen si mis dioses no corresponden con sus dioses. Entre otras cosas, lo dicho, porque no tengo dioses, ese sentimiento que cada vez se me antoja más adolescente.
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