Hay veces que la nostalgia y el completismo no son buenos consejeros. Uno tiene mitificados, imagino que como cualquiera de ustedes, momentos clave de su cultura pop de la infancia y la adolescencia, y hasta de la tardoadolescencia, como es el caso que aquí nos ocupa. Sabiendo que se prepara una puesta al día de la ochentera serie de televisión V, y aunque los tengo en video (una de las primeras cosas que uno compró cuando pisó Inglaterra, junto con las bandas sonoras de Star Wars y Somewhere in time), aproveché que tanto la mini-serie original como "The Final Chapter" estaban disponibles en dividí en inglés y hace unos días me di un empacho de Dianas y Donovans y visitantes y resistentes.
La serie V, por si ustedes no estuvieron allí, fue un impacto mediático a principios de los años ochenta. En los USA emitieron dos capítulos en 1983 y luego, en 1984 ya, una segunda miniserie de tres horas llamada "The Final Battle", donde el conflicto terminaba de manera más o menos satisfactoria. Inmediatamente, los powers-that-be, pese a ese final, pergeñaron una serie regular y semanal que no estuvo para nada a la altura de lo anterior (era un error incluso entonces, vaya), y duró apenas diecinueve episodios, justo cuando parecía que empezaban a levantar cabeza y los escotes de la malvada Diana la lagarta se hacían más interesantes y para colmo le hacía la competencia otra reina del horror como era Sybil Danning.
Vistos ahora aquellos primeros episodios (no se han atrevido todavía a comercializar la serie semanal), lo primero que uno comprueba es que la serie ha envejecido muy mal. Una puesta al día, si eso se pretende, tendrá que hacer como Galactica, partir de cero y/o alterar o explicar muchas cosas. Si la premisa original está bien llevada, pese a los altibajos narrativos, o sea, la llegada de unos aparentemente benévolos (y muy, muy horteras) habitantes del espacio exterior que encubren sus verdaderos fines bajo una capa de amabilidad y unas gafas de sol dignas del más kitsch ligón playero que uno pueda imaginarse, el misterio se va desvelando poco a poco, con cierta gracia, a pesar de los absurdos y las incongruencias de la trama. Si ya entonces cantaba que los visitantes fueran unos lagartos literales que escondían su piel verde, sus lenguas bífidas, sus ojos de camaleón y su hambre canina de ratitas, periquitos y cosas vivas, la perspectiva que dan los años deja aún más en ridículo esa premisa: canta muchísimo que en las inmensas astronaves de los invasores nazis del espacio exterior vayan todos con sus máscaras respectivas y hablen inglés con zumbido gargantil; más o menos como si Spiderman se acostara todos los días con la máscara puesta, ya me entienden. Los efectos especiales de morphing todavía no existían en aquella época, pero imagino que sería una solución para ese detalle del guión: los lagartos no llevan máscara de látex como si fueran un Hank McCoy arrepentido cualquiera, sino que alteran su fisonomía para no asustar a los humanos, cosas de secuencias de códigos genéticos y tal. A ver si así cuela. Porque hoy, ya, lo otro no se lo traga nadie. Insisto, tampoco nos lo tragábamos en los años ochenta.
Siendo una serie coral, extraña ahora la preponderancia que en el recuerdo se le da a Diana, la líder visitante. Sí, que la señora estaba para mojar tortitas con vino (y esto es un detalle friki,a ver si ustedes adivinan por qué lo digo) es evidente, pero su personaje tarda tanto en encontrar su hueco como mala que prácticamente hasta el episodio final no se centra todo en ella. Digna Dragon Lady, pensé mientras repasaba la serie, ahora que estoy disfrutando (parece que yo solo) con la edición en español de Terry y los piratas. Pues sí, fíjense ustedes lo que son las cosas: en un momento determinado el muchachote cachas (Marc Singer, seguro que elegido para el papel porque parecía una especie de Mark Hamill entradito en músculos y años) la llama precisamente así: Dragon Lady.
Caníbales y ladrones de agua, lúbricos y sutiles (ya tendrían que aprender nuestros políticos de las estrategias de los lagartos, oigan), los visitantes son, literalmente, nazis del espacio exterior que convencen a una población aletargada y comodona (¿les suena de algo?), dispuesta a vivir a todo tren sin importarles que el resto de la humanidad se convierta en delicias de solomillo a la terrestre. Inspirándose en la resistencia francesa y el holocausto judío, hay algunos buenos momentos y algunos personajes insoportables que están perfectamente logrados: el viejo judío que recuerda los progroms y los campos de concentración y trata en vano de alertar a su familia de lo que suponen los visitantes, y el primero que usa el spray rojo para pintar la V que es icono de la serie; en el extremo opuesto, su nieto, un julai insoportable y más hueco que las cuevas de Altamira, que en seguida ve en los visitantes y su parafernalia militar la ocasión de jugar a los soldaditos y conseguir poder y traicionar a cuantos tiene alrededor porque mola mazo ser un camisa parda y no basura social. Los lazos familiares se antagonizan también entre el reportero dicharachero que es Marc Singer (Donovan en la ficción) y su madre, una Lady MacBeth repulsiva y sexualmente insatisfecha que se pone inmediatamente de parte de los visitantes aunque para ello haya que sacrificar a su hijo.
Más insoportables se hacen la niñata Robin, quizás porque es idéntica a como son las niñatas (la serie a veces funciona como un cruel espejo de la sociedad americana, o sea, de la sociedad que es nuestra) y su "hija de las estrellas", uno de los recursos deus ex machina que al final se cargarían la serie. Mención especial para Michael Ironside (que aparece poco, ya en el Capítulo Final) dando vida a la versión resistente del Lobezno que por entonces se convertía en el personaje más popular de la Patrulla-X, o sea, a Ham Tyler.
Con enormes altibajos de ritmo, personajes que con capturados o se entregan y se escapan una y otra vez (¡desde las naves que están en órbita!), efectos especiales que hoy se ven torpes, torturas despendoladas, una doctora Julie Parrish que, chiquita y matona, tenía su aquel, un lagartito bueno que al final se convirtió en Freddy Krugger, un cura que mete la pata, una quinta columna de lagartos supuestamente del partido demócrata que no tiene reparos en cargarse a todos sus compatriotas y, en especial, un final que remite a La Guerra de los Mundos pero que no está mal llevado del todo (el lanzamiento a la atmósfera de un polvo rojo que mata, y de qué forma, a los lagartos), la serie fue entretenimiento palomitero en los años ochenta, y me temo que tendrán que hacerle un lavado de cara muy a fondo si quieren recuperarla para este momento. La nostalgia, ya les decía, a veces no es buena consejera.
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