No es que Torre tuviera mala memoria: es que no tenía ninguna, desde aquella vez que, en una velada en el Portillo y en los setenta, por la bolsa y por la gloria, un gancho de derecha que le arreó Kid Levante lo dejó amnésico pa los restos, toma castaña, veintipocos años robados de su vida por siempre jamás amén, a empezar otra vez y a vivir con lo puesto e ir tirando; anda que no quedaría bien una peli con un nota que tenía casi sesenta tacos y en el fondo sólo sabía que había vivido unos cuarenta, pero eso sí, sin haber dado en la vida un palo al agua.
No es que Torre tuviera mala memoria: es que en Cadi en el fondo toda la gente es así, empezando por el político que puede prometer y promete pero después tratará tratrará trachero, que cantaban los cubatas de Paco Rosado, y terminando por el mismo gremio de camareros, que era asomar el careto el verano y los pobres, con eso de que andaban con la manguita corta y la lengua fuera, se olvidaban de que no todo eran turistas en la viña del señor ni en la Viña del casco antiguo, y que vale que los guiris dejaran una morterá en dos meses, aunque no fueran capaces de comprender el cante que daban con las playeras y los calcetines blancos y más coloraos que los bogavantes de la Marea, pero que se les iba el santo al cielo y no se acordaban de que los billetes no tienen nacionalidad y como dicen en Jolibú mi dinero vale tanto como el tuyo. O sea, que se les solía olvidar de julio a agosto que también la gente de Cadi tapea y bebe, y que hay que mimarla también, aro, porque suelen tener la costumbre de seguir bebiendo y tapeando en otros meses del año cuando ya nadie viste chanclas con calcetines ni está colorao ni habla en pitinglish.
Pero vamos, tampoco podía él señalar a nadie con el deo, que a pesar de la memoria partida se le iba de la cabeza de un año para otro el suplicio que era, noche sí noche también, salir con el guayabo y los colegas a tomarse unas caballitas o un tinto de verano (que ni era distinto ni ná, por mucho que cantaran los primeros abandonaos de Juan Carlos Aragón, ni llegaba a ser demasiado en la vida), y picaba como picaba todo quisqui y, claro, acababa poniendo cruces a tal bar o tal chiringuito porque los hacían esperar más que el Nazareno en Santiago. Joé, que estaba to empetao siempre, y eso que Cadi todavía no había recibido la avalancha enorme de los turistas, que cuando eso pasara nos íbamos a tener que tirar todos al agua y quedarnos allí haciendo el muerto hasta septiembre, sin sitio donde aparcar, ni donde pegar ojo con los coches haciendo chunda-chunda, y la playa literalmente como una feria y con San Cleto emigrando al polo norte hasta el día de la Patrona.
Un quinario. Salir un sábado era ir predispuesto a acabar acostándote con más hambre que un caracol en un hierro. Iban Torre y Patricia Plastilina y unos cuantos compromisos más y estaba to de bote en bote, hasta con gente pidiendo número pa tomarse una tapita en cualquier barra. De locura. Y cada vez más hambre. Y cuando por fin cogieron sitio en una terracita a la vera de la mar, que ni se veía la mar ni nada, sino una mancha de luz mu grande por aquello de los focos y por los chiringuitos de los jipis y los trailers de las promociones de verano, que no sabía él si pagarían zona azul o era un descaro, van y se sientan y cogen sitio y ala, media hora esperando a que se acerque el camarero. Y ni tutía. Y cuando por fin le hacen señas a uno y el nota pica, seguro que tenía que ser cuñao del dueño, porque les dijo con to las letras, y hay que tenerlo de cemento armao, picha, pa qué te voy a tomar la comanda, si con la de gente que hay no te voy a poder atender. Conque a picá billetes, cómo está el servicio, a buscarse otro sitio que coger al asalto.
Y tuvo que ser, iín, en la pizzería nueva de la esquina. Y tuvieron suerte, y se sentaron en cuantito se quedó libre una mesa, que lo mismo se colaron y to, con la gente despistada viendo al Wesley Snipes cargándose vampiros en el cine de verano, que ni se escuchaba ni se veía ni na de na, y en seguida todos pidieron: la pizza cuatro estaciones, doble de anchoa, una ensalada la Patricia, que no quería perder la línea. Como Torre estaba ya de pizza hasta las trancas, pidió unos espaghetti carbonara. Y a esperar. Y a desesperarse.
Porque a poquito a poco fueron llegando las pizzas, y las cervecitas y el agua natural sin gas para la chorbi, y todos tuvieron al cabo de casi una hora su platito humeante menos el pobre Torre, a quién se le ocurre pedir espaghetti carbonara., cohone. Y les tuvo que decir que fueran comiendo, ome, que ya llegaría lo suyo. Por lole, que no llegaba. Y venga a esperar, y las niñitas con el delantal a cuadritos rojos y blancos y la madroñera daleá venga a pasar comida de aquí pallá y los espaghetti que no venían. Y ya el Wesley Snipes se había quedado sin vampiros que descabezar, y la cervecita estaba to caldosa, pero cualquiera pedía otra, y nada, que allí no servían ni los espaghetti ni los espaghetta. Y al final, con el cachondeo de todos y más mosqueao que un pavo escuchando una pandereta, le dijo Torre a Patricia pásame el móvil. Y como tenía el número en memoria, pulsó el botoncito con el pulgar (¿pa qué servían los pulgares antes de que inventaran los móviles, quillo?), y después de que la niña del teléfono le preguntara nombre, razón social, fe de vida, teléfono, partida de bautismo, filiación política y el número de zapatos, y le dijo aquello de qué desea, Torre ya no se mordió la lengua y dijo, chochi, unos espaghetti carbonara, aquí pa la mesa cinco, a ver si los traes antes de veinte minutos, anda.
Se estuvieron riendo un rato con la ocurrencia, y la niña del delantal a cuadritos rojos y blancos y la madroñera daleá vino en seguida a la mesa, muy apurada. Y venga a pedir disculpas y a decir que ya mismo salen.
Ya mismo. Ya. Pues ni por esa llegaron los espaghetti carbonara, qué cabronada.
El sabadito que viene, lo juraba, se tomaba Torre un cundi con mortadela de la de aceitunas en casa antes de salir a darse una vueltecita, que lo que no puede ser, no puede ser, y en Cadi, en verano, además es imposible.
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