El otro día dieron en el clavo, me parece, en Aquí no hay quien viva. Ya saben, ese 13 Rue del Percebe en plan castizo, con personajes acelerados y normalmente a piñón fijo a los que solemos perdonar que reciten un texto como si, en efecto, estuvieran recitando un texto precisamente porque los textos tienen su gracia y los personajes, que no van más allá de lo que son, saben perfectamente que no hay más chicha que la que muestran. Los chistes tienen la gracia de lo inmediato, y las situaciones también.
Les cuento por si no lo vieron. La pareja de gays decide adoptar un hijo, adelantándose a la ley que vendrá o no vendrá. Y cuando uno de ellos le dice a Mauri (Luis Merlo) que no los van a dejar porque, precisamente, son una pareja de gays y eso está muy mal visto, Mauri suelta la gran verdad: entonces, los adoptamos como si fuéramos heterosexuales solteros. Y eso hacen, más o menos.
Toda la que hay liada a cuenta del matrimonio homosexual, con manifestaciones y pancartas y buenas gentes horrorizadas y otras gentes menos buenas a las que nos da tres cuartos de lo mismo tiene, en efecto, la lectura secundaria que no reconocen: allá cada cual haga con su culo lo que le de la gana (el gran Alfonso Sánchez dixit), pero a los niños ni tocarlos. O sea, que eso de que al "matrimonio" lo llamen de otra manera importa poco. El problema es la adopción de niños para esos matrimonios-que-se-niegan-a-reconocer-que-sean-matrimonios. Una duda razonable, en efecto. Perfectamente comprensible y que, como el enorme problema que es, tiene difícil solución, si la tiene.
Pero hay en todo esto, me parece, tres pegas:
Primera, que no lo expongan claramente. "No queremos que los homosexuales se casen porque no creemos que sea adecuado que adopten hijos porque su entorno no será normal y etcétera etcétera por esto y por lo otro". Cosa que no dicen con argumentos razonados y de peso, escudados en las medias palabras, en arrancar votos y en sacudirle la badana a ZP, que mola mazo.
Segunda: Ni que fuera fácil adoptar hijos en España. Las condiciones draconianas que se imponen a las familias heterosexuales para adoptar un hijo imposibilitarían, por ejemplo, que mi mujer y yo pudiéramos adoptar a un niño si quisiéramos: no nos valdrían los metros de la casa, ni cómo entra la luz, ni la disposición de las habitaciones. No exagero: conozco una pareja que tuvo que cambiar el salón por su dormitorio para que les concedieran la custodia (y luego la adopción) de dos niñas hermanas. Al final, tuvieron que hipotecarse y comprar una casa nueva. La avalancha de adopciones de niñas asiáticas se debe, entre otras cosas, a la cantidad de peros que ponen las administraciones españolas a la hora de dar un crío en adopción. No creo que ahora, con la que está cayendo, se líen a repartir niños a parejas homosexuales como si la cosa fuera igual de fácil que rellenar la bonoloto.
Tercera: Toda la polémica es estéril, en tanto una persona soltera o viuda puede adoptar a un niño, sin tener que dar profesión de tendencias sexuales. Si un niño puede vivir con una persona que no vive en pareja estable y eso no se considera anormal, ¿por qué se condena de antemano lo otro, si la ley tiene un agujero como el de la capa de ozono en ese aspecto?
Como siempre, estamos satanizando el tema o no nos da la gana de leer bien la letra pequeña. En efecto, hay que primar por encima de todo a los niños. En efecto, el problema es peliagudo y se puede aducir que no es "natural" que una pareja del mismo sexo adopte a un pequeño (¿pero qué es natural hoy en día ya y desde la invención, por ejemplo, de las gafas que permiten que burlemos la naturaleza y no nos quedemos cegatos perdidos desde chiquitines?). En efecto, pueden existir dudas razonables y los primeros gays que consigan adoptar van a ser examinados con lupa... pero no podemos decir que todos los homosexuales vayan a ser unos pederastas de sus propios hijos adoptados, ni podemos castigar a nadie por algo que no ha hecho y sin duda no tiene intención de hacer. Cuando haya delito, en efecto, a por el culpable. Pero no antes.
El concepto de familia, ciertamente, está en crisis. Quienes defienden el modelo imperante están en su derecho y es comprensible que todo esto los sorprenda y quizá que hasta los ofusque. Pero me parece, tal vez, que sería más sensato ordenar la casa por dentro, analizar las causas de por qué hay tantas familias "naturales" desestructuradas, tanta tasa de divorcios, tantos problemas de malos tratos y de relaciones que bordean la esquizofrenia antes de acusar a otros con el dedo y pretender hacer creer que todos los que estamos casados "como Dios manda" vivimos en jauja.
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