Y por desgracia, no se regala educación. Usted puede trabajar en una fábrica de tornillos, y aprende a fabricar tornillos y a mejorarlos con el tiempo, y lo que ya tiene aprendido una vez le sirve para las siguientes. Incluso habrá estudios de mercado donde se intentará producir ladrillos mejores (digo yo). Usted trabaja en la enseñanza, que es más o menos lo mismo (acaba dándose cuenta de que algunos de los chavales son puro ladrillo, y/o te dan ganas de estrellarles Dragados y Construcciones en la cabeza a más de uno), y resulta que lo que pone en práctica un año no le sirve para el siguiente, por aquello de que no hay dos años iguales debido a la lata enorme de tener un segundo trimestre bailón, donde todo te lo condiciona el carnaval por un lado y la semana santa por otro, que ya podían tener fecha fija, por Momo y por Dios, y no traernos mareaditos con evaluaciones que son muy cortas o trimestres larguísimos (o porquerías de terceros trimestres de dos semanas cuando volvemos a clase a finales de abril). El curso es una cinta sin fin y nosotros, los profes, educadores, maestros o como quieran ustedes llamarlo, somos pobres Charlies Chaplin que tratamos de trabajar con el material (el ladrillo o el tornillo) mientras la cinta sigue moviéndose. El resultado es que puedes a lo mejor arreglar un ladrillo, pero otro se te va, y el siguiente, y el otro. Y cuando vuelves a la fila, ya se te ha escapado el anterior, y vuelta a empezar.
Y luego, por si no tuviéramos poco con estar en boca de todo el mundo (aquí everybody es experto en educación, menos los teachers), despreciados porque somos los conservadores de una cultura que lo mismo no merece conservarse si nos ha llevado a donde nos está llevando, mirados por encima del hombro porque tenemos más vacaciones que nadie, menos sueldo que nadie, más frustraciones que nadie, llegan los políticos y nos cambian las leyes de educación con la misma gracia con que Winston Smith alteraba los periódicos y las noticias y demostraba siempre que jamás se equivocaba el Gran Hermano.
Unos crean una ley nefasta, los otros la corrigen, pierden las elecciones y los otros dicen que nanai, que lo de antes, pero tampoco, y al final no hay quién se entere de qué hay que hacer. Y los ladrillos siguen pasando, y nosotros corriendo a ver a cuántos arreglamos antes de que los jerifaltes dedican decir lo contrario de lo que decían que dijeron cuando negaron haber dicho lo que dijeron que nunca habían dicho.
Viene todo esto a cuento porque acabamos de tener una pre-evaluación final de cuarto de ESO; o sea, un curso terminal (en tanto que terminará con alguno de nosotros, fijo). Antes, el curso terminaba en junio. Quien tuviera dos asignaturas pendientes, no importaba que fuera con cero o con menos tres, promocionaba automáticamente y pasaba al bachiller o se iba a hacer un módulo o a buscar trabajo en el INEM o en la panadería del tío Jaime, que está el pobre ya muy mayor. Evidentemente, siendo un curso terminal, y los profes unos sentimentales que ni Rick Blaine, oigan, la cosa se convirtió en lo que era la ESO toda: un coladero. Y nos teníamos que tragar con papas el ladrillo los cursos siguientes.
El año pasado decidieron en la Junta de Andalucía (que es quien tiene competencias educativas en la zona donde vivo, uno de esos absurdos de este país, donde cada pueblo crea su historia y sus currículums como si fueran trajes de fallera o de faralaes, o la camiseta de su equipo de fúmbol favorito), que había que hacer una prueba extraordinaria a los chavales que iban mal. O sea, pensamos todos, los exámenes en septiembre de toda la vida. Quiá. Exámenes en junio, dos días después de decirle a Pablito Valdeíñigo que tenía siete cates y que le dijera al tío Jaime que iba a ser que no, hasta otro año, que mantuviera la masa congelá en el obrador por si acaso. Así tuvimos el año pasado el absurdo de suspender a los chavales un martes y aprobarlos un jueves. Sí, Groucho Marx debe estar todavía dándose chocazos en la tumba por no haberlo incluido en uno de sus gags; menos mal que no se levanta.
Ante tamaño desatino, y como la profesión de frustrados se le echó encima (no tanto las familias, claro, que siempre mola decir que el niño en la primaria y la eso era un fiera), ahora han decidido dar carta blanca y elegir. O sea, que se mantiene la prueba extraordinaria. Pero los centros que lo soliciten pueden hacerla el jueves después del martes o, lo lógico, en septiembre. Como vamos a hacer nosotros.
Corregir es de sabios, me dirán ustedes. Pues más bien no. Porque resulta que si Pablito Valdeíñigo tiene dos suspensos en junio, automáticamente tiene el título de ladrillo integral. Díganme ustedes quién va a estudiar en verano si le suspenden una o dos asignaturas nada más, teniendo en cuenta que promociona ipso facto, al bachillerato, a un módulo, o a la panadería del tío Jaime, que lo espera con los brazos abiertos y el delantal resplandeciente de harina.
De locos. ¿Merece la pena que yo prepare unos ejercicios para verano, que me harte a sudar en septiembre esperando que venga Pablito Valdeíñigo y demás amigos surferos, rastas, mods, góticos, satánicos o simplemente pilinguis, sabiendo que me pueden entregar el examen en blanco, soltarme un eructo ladrillero en la cara y decirme que me ven al mes siguiente en primero de bachiller, o que estoy invitado a una barra de pan candeal cuando yo guste?
Taanstaafl, que nos enseñó a decir Robert Heilein. Nadie regala nada. Menos la vida del maestro y su tiempo.
Comentarios (65)
Categorías: Educacion