Pues nada, como finalmente pude acabar la reseña de marras antes del viernes, por aquí se la dejo, con la venia de Don Rafael, antes de renunciar a asomarme por aquí, hasta que no vea el Episodio III, para evitar los posibles spoilers:
Sigue avanzando este mes galáctico (así denominado por el próximo estreno en los cines de La Venganza de los Sith, tercer y último episodio de la nueva trilogía de Star Wars, y no porque el Madrid haya ganado la liga, obviamente), y siguen las televisiones reponiendo las restantes películas de la serie. Una magnífica oportunidad para revisionar por vez primera, desde su pase por nuestras salas, Las Guerras Clon, segundo episodio de la saga, que no quise desaprovechar, refrescando así de paso la memoria acerca de los acontecimientos inmediatamente anteriores a la nueva entrega, pese a la irritante molestia que siempre suponen, claro está, los inevitables, y también interminables, bloques de anuncios. Y con eso y con todo, miren ustedes por donde, debo confesar que esta segunda vez me ha agradado algo más que cuando la vi en pantalla grande, no sé si sería por saber ya lo que iba a encontrarme, alejando así cualquier posibilidad de decepción, o si tal vez se habrá debido a conocer ya de antemano los numerosos y llamativos defectos que la cinta tiene, pudiendo así reparar en alguna de las virtudes que originalmente ocultaron.
Porque no nos engañemos; aun cuando la haya disfrutado más en esta última ocasión, la película no deja de ser un rotundo fracaso, a mi juicio, si es que George Lucas de veras quiso plantear con ella, tal y como llegó a declarar, una historia fundamentalmente romántica, con el naciente noviazgo entre Anakin y Padme como eje central del argumento. De ser así, repito, la cinta me parece un fracaso, además de estrepitoso, vergonzante, dada la absoluta incapacidad que el guionista y director demuestra para resolver de manera inteligente y adecuada lo que pretendía ser, a priori, el tema central de su cinta; más le hubiera valido al amigo Lucas, visto lo visto, haberse dedicado a sus labores habituales, más relacionadas con la aventura y la fantasía, y haberle dejado las historias de amor a Corín Tellado y demás profesionales del género. Entonces, y solo entonces, ay, nos habríamos podido ahorrar todos y cada uno de los tediosos minutos de metraje que Lucas dedica a desarrollar el romance de marras, de un modo tan torpe que sonroja, con unos diálogos horriblemente artificiosos y carentes por completo de naturalidad, y sin olvidar ninguno de los típicos tópicos que siempre suelen adornar, en la ficción menos inspirada, los más empalagosos, estomagantes y pastelosos idilios: la tonta manía persecutoria que parecen tener los guionistas menos imaginativos, recurriendo siempre a Venecia cuando pretenden evocar un ambiente romántico (¿no han observado ustedes ese bote, en el que llega la parejita a su escondite, cuyo ridículo diseño remite directamente a las célebres góndolas de la ciudad de los canales?), la conocida imagen de los dos amantes retozando por la acostumbrada pradera, su intenso verdor primaveral invariablemente recortado contra un cielo esplendorosamente azul, la apasionada conversación que ambos susurran a la orilla de la chimenea...Todos, sin excepción, están ahí, para desgracia de los espectadores. Un catálogo de las estampas más habituales que suele generar ese concepto del romanticismo, simple, bobo y estereotipado que muchos poseen, y que no hace sino entorpecer, durante todo el nudo de la narración, la otra línea argumental que avanza en paralelo, protagonizada por Obi-Wan Kenobi y su investigación, infinitamente más interesante y cautivadora, por descontado, que la predecible relación entre papá y mamá Skywalker. Ya decíamos antes que la aventura , después de todo, siempre ha sido, con diferencia, el punto fuerte de George Lucas, y ahí tenemos, al alcance de la mano, para corroborarlo, las inolvidables películas de Indiana Jones, Willow, o la propia Star Wars.
De igual modo, tampoco termina de convencerme, personalmente, y a un nivel más subjetivo, la manera en que Lucas pretende rizar el rizo al manejar la retrocontinuidad; si en La Amenaza Fantasma me pareció todo un acierto situar el origen del pequeño Anakin en Tatooine, allá donde todo comenzará de nuevo años después, considero que en este Episodio II, por el contrario, se le va la mano al tratar de relacionarlo todo, haciendo de la saga, sin ninguna necesidad, un circulo demasiado cerrado sobre sí mismo como para resultar creíble, y forzando excesivamente las coincidencias con el único propósito aparente de regalarle a los seguidores más acérrimos de la serie un par de simpáticos guiños. ¿O acaso hacer que sea el padre de Bobba Fett el modelo genético del que parten todos los clones tiene alguna otra utilidad que no sea única y exclusivamente la de recuperar para las nuevas cintas, o casi, al carismático cazarrecompensas, y lograr así que los espectadores más entregados esbocen una sonrisa cómplice cuando el chico recoge, con gesto grave y siniestro, el casco de su padre muerto? Detalles como este son los que le inducen a uno a pensar que la nueva trilogía se ha ideado, ante todo y sobre todo, para contentar a tal sector del público. Como parte integrante del mismo, eso sí, admito que determinadas referencias se introducen de manera sumamente inteligente, tal y como ocurre con la aparición de los primeros planos de la Estrella Muerte, así como también que la pelea bajo la lluvia, entre el joven Obi-Wan Kenobi y Jango Fett, acompañada por el correspondiente despliegue de gadgets de este último, además de satisfacer al fan que llevo dentro, constituye una de las escenas más vibrantes y mejor rodadas del film. Del verdadero interés que puedan tener, en cambio, para cualquiera que no haya sido seguidor de la saga durante toda su vida, secuencias como la famosa lucha con sable láser de Yoda, o el ataque en tropel del batallón de caballeros Jedi, ya no estoy tan seguro.
En un plano más secundario, y para terminar de ensañarme con las múltiples pegas que a la película se le pueden sacar (aparte dejo toda la historia de la Profecía y el ramalazo mesiánico de última generación, que nunca he visto demasiado claro), debe anotarse que los momentos cómicos protagonizados por la habitual pareja humorística del serial, C-3PO y R2-D2, resultan en esta ocasión bastante menos afortunados que en casos anteriores, aunque se mantenga intacta, eso sí, su caracterización, con esas dos personalidades tan opuestas que siempre les distinguió, el uno inquieto, espabilado y rudo, pese a su corta estatura, y el otro atolondrado, indeciso y remilgado, cual brillante Woody Allen de hojalata.
Y cuales son, pues - se preguntarán todos ustedes, imagino, a estas alturas de mi texto - esas virtudes que servidor decía haber descubierto en este segundo visionado. Pues bien, en resumidas cuentas cabría hablar, precisamente, de esto último que mencionaba: la caracterización de los distintos personajes. Especialmente, como no podía ser de otra forma, la de todos aquellos que tienen su origen en las antiguas películas. Y es que al igual que señalo, con una dureza considerable, los fallos que a mi entender anda cometiendo el viejo Lucas en este último proyecto suyo, no me importa en absoluto, cuando se tercia, aplaudir también sus aciertos. Quizá no sepa desarrollar convincentemente una historia de amor sobre la gran pantalla, y es obvio que no sabe, pero resulta innegable que a la galería de personajes de Star Wars la quiere y conoce como si fueran sus propios hijos (y en cierto modo lo son, de hecho), y así lo demuestra, pienso, en el Episodio II. De tal manera, y esto es lo mejor de la cinta, insisto, Lucas logra dotar a todos y cada uno de los personajes, en este tiempo pasado escrito a posteriori, de una personalidad que encaja como anillo al dedo con la imagen que de ellos pudimos formarnos viendo las primeras entregas, al mismo tiempo que explora nuevas dimensiones de su carácter, solo intuidas hasta el momento, pero en modo alguno incoherentes o inapropiadas.
Miren, por ejemplo, la estampa de intrépido aventurero espacial que el joven Obi-Wan Kenobi nos regala aquí, saltando tan pronto por la ventana para perseguir a un asesino, en ese abarrotado planeta de Coruscant que bien pudiera ser la oscura ciudad de Blade Runner sublimada, como viajando en calidad de espía de una punta a otra de la galaxia, al más puro estilo de James Bond, para averiguar quién se oculta tras la creación del misterioso ejercito de clones. ¿No concuerda tremendamente bien, acaso, con ese anciano caballero Jedi que encarnara hace años un inmenso Alec Guiness, todavía lo suficientemente ágil y robusto, pese a las canas, como para sobrevivir sin problemas en el peligroso desierto de Tatooine y salvarle el pellejo al joven Luke en la cantina de Mos Easley? ¿No casa perfectamente, a su vez, el humor socarrón del que hace gala en el Episodio II, a través de su interpretación, Ewan Mcgregor, con aquel viejo de hábito marrón capaz de soportar los sarcasmos del descreído Han Solo y darle la réplica sin pestañear (¿Y quién es más loco, el loco, o el loco que sigue al loco)? ¿No se nos dijo siempre, en las viejas películas, que Obi-Wan nunca estuvo preparado para entrenar al conflictivo Anakin, y no es eso exactamente lo que vemos ahora, cada vez que sus órdenes son desobedecidas y cuestionadas por el alumno?
Y otro tanto podría decirse acerca de Yoda, personaje cuya actuación en Las Guerras Clon resultó ser la más polémica, curiosamente, sin que yo acabe de comprender la razón. ¿No resulta lógico que el líder de una Orden de guerreros (que no soldados, ojo) recurra a su sable láser cuando las circunstancias así lo requieren, por más que siempre intente evitarlo debido a esa filosofía oriental, propia de las artes marciales, según la cual la violencia solo debe emplearse cuando sea realmente necesaria, que Lucas tomó prestada para sus caballeros Jedi? ¿Y no resulta lógico que un personaje de su importancia dentro de la República, casi un estadista, máximo representante de ese brazo armado no oficial del gobierno que son los Jedi, domine además el arte de la guerra y demuestre ser, llegado el caso, comandando al ejercito de clones, un magnífico estratega? Realmente no encuentro los motivos para tantos debates en torno al tema, vaya, sobre todo cuando la proverbial sabiduría que siempre le caracterizó permanece intacta, y hasta se resalta, destacando su admirable humildad cuando todavía se maravilla, desde su inabarcable experiencia, ante la mente de uno de sus pequeños aprendices, y siendo el único personaje, para colmo, que se pasa toda la película con la mosca detrás de la oreja, sospechando que tiene la clave del enigma justo ante sus mismas narices, aunque finalmente no pueda evitar el desastre que se cierne sobre la República.
Incluso la personalidad con la que se nos presenta al Anakin adolescente, dejando a un lado el torpe desarrollo de su amorío con Padme y la cuestionable labor de su intérprete, responde punto por punto con lo que ya sabíamos anteriormente sobre la juventud del personaje, impaciente, arrogante, indisciplinado y rebelde, hasta el extremo, probablemente excesivo, de resultar irritante y parecer un niñato malcriado (si bien gran parte de la culpa, en este caso concreto, habríamos de achacársela al pésimo doblaje de la versión española). También su asombrosa habilidad como piloto, ya citada en las antiguas películas, sale a colación, acentuándola por contraste con el reparo que a Obi-Wan le da volar, según descubrimos ahora (nuevas facetas de los personajes, como decía anteriormente, que los enriquecen, sin que choquen por ello para nada con lo ya visto).
La amplia galería de personajes que posee la saga se sigue incrementando, por otra parte, y en esta ocasión, a diferencia de lo que ocurriera con La Amenaza Fantasma (excepción hecha de Qui-Gon Jinn), hasta merecen la pena y todo las nuevas incorporaciones. Un buen ejemplo sería el conde Dooku, quien podría darle un par de lecciones al insulso Darth Maul sobre cómo ser un simple comparsa del villano, sin mayor importancia, pero con clase, gracias al trabajo del veterano Christopher Lee, quien le otorga al Jedi renegado un aire altivo y flemático de lo más atractivo a la par que aporta con su presencia ese agradable toque de distinción que siempre suelen traer consigo las viejas glorias del cine, aunque sea el de serie B. Invitando al legendario actor a intervenir en su proyecto, por cierto, además de concederle el honor de participar en la recta final de su carrera en dos de las sagas más taquilleras de la historia del séptimo arte (recordemos su actuación como Saruman en El Señor de los Anillos), George Lucas logra redondear casi tres décadas después su particular homenaje a las míticas películas de la Hammer, tras haber contado en el Episodio IV con la colaboración de Peter Cushing, tradicional némesis de Lee sobre la gran pantalla cuando este interpretaba su archiconocida versión del conde Drácula (título nobiliario que también ostenta Dooku, y no por casualidad, supongo).
No obstante, si servidor hubiera de escoger entre todos los personajes que aparecen en esta nueva trilogía, creo que me quedaría sin duda alguna con el Senador Palpatine, auténtico protagonista, o casi, de las últimas entregas, en su maravilloso papel arrebatadoramente manipulador y encantadoramente cínico, y verdadero motor de la historia. Sencillamente genial la manera en la que va moviendo poco a poco las piezas sobre el tablero, haciendo de cuantos le rodean simple barro en sus manos, como hace con el joven Anakin Skywalker, a quien logra tutelar, como quien no quiere la cosa, y sin que nadie lo sepa, envenenando sutilmente sus pensamientos y aprovechándose astutamente de sus punto débiles, cada vez que alimenta con halagos su ambición y su arrogancia, para atraerlo al Lado Oscuro de la Fuerza. La retorcida perversidad que encierra propiciar el noviazgo entre Padme y el joven Jedi, asignándole sibilinamente su protección, para desestabilizarlo y lograr que se replantee su compromiso con la Orden, al cuestionar por las circunstancias sus estrictas normas, convirtiendo así en última instancia algo tan puro como su amor en la llave que lo conducirá a la ira, y por lo tanto en instrumento del mal, qué quieren que les diga, me parece lisa y llanamente maravillosa.
Otros aciertos que pueden hallarse en la cinta, al margen de la excelente caracterización de los personajes, serían el curioso paralelismo que se establece entre las respectivas trayectorias del padre y el hijo, acabando ambos la segunda entrega de cada trilogía con la mano cercenada y sustituida por una prótesis cibernética, su diseño de producción, directamente apabullante, aunque los efectos especiales, siendo tan recientes, no hayan resistido demasiado bien el paso del tiempo (no son pocas las veces que las criaturas animadas no acaban de integrarse adecuadamente con los actores reales o que los fondos digitales se notan más de la cuenta), o las reminiscencias de Centauros del Desierto que se aprecian en la trágica muerte de la madre de Anakin, ocasionada por unos moradores de las arenas que al joven Jedi, tras el rapto y posterior asesinato de su madre, le merecen la misma opinión que al agresivo personaje de John Wayne le merecían los indios en la legendaria cinta de John Ford (el difunto Wayne, de hecho, seguramente habría clavado, con su conocida rudeza, el papel del colono viudo).
Y hasta aquí mi análisis del Episodio II. Espero no haberles cansado demasiado, si es que lo han llegado a leer.
Un saludo.
Y perdón, otra vez, por el ladrillo.
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